viernes, noviembre 28

Último momento:

De nuestra redacción-: En un hotel de la Avenida de Mayo se encontró el cadáver de una mujer (rubia) de unos treinta y cinco años de edad que habría muerto estrangulada con un portaligas (rojo). Fue descubierta por una mucama (paraguaya) quien declaró haber encontrado la puerta entreabierta en el momento en que se disponía a arreglar las habitaciones. La mujer (rubia) yacía (semidesnuda) en el suelo a un costado de la cama. La policía no encontró signos de abuso sexual aunque el desorden en que se hallaba la habitación permitía suponer que la mujer (rubia) habría intentado defenderse (inútilmente). La víctima no ha sido (aún) identificada aunque trascendió que figuraba registrada bajo el nombre (falso) de Mireille Moreau. Según declaraciones del conserje del hotel y principal sospechoso don Herminio Muffatti, la mujer (rubia) concurría diariamente al establecimiento en calidad de RRPP (relaciones públicas). “Aún no puedo creer lo que le pasó, tan buena piba que era, tan laburadora” dijo Muffatti a este medio entre lágrimas. La mucama (paraguaya) no compartía la opinión de Muffatti y declaró que las afirmaciones del conserje no eran objetivas debido a que (aparentemente) Mireille Moreau le hacía los “trabajos gratis” para que éste le rebajara el precio de la habitación y que la tal Mireille era “una recontra puta” (sic) y desde que ella había aparecido Muffatti ya no le pedía “trabajos” a la mucama (paraguaya) fuera de los (estrictamente) relacionados con la limpieza del hotel. Muffatti negó todo (rotundamente), aunque no pudo evitar que su esposa (ahí presente) Gloria Arrizabalaga de Muffatti le propinara una serie de (brutales) carterazos a causa de los cuales Muffatti permanece internado en un nosocomio de esta capital. Por su parte, el cuerpo de Mireille Moreau (rubia de extraordinaria belleza) se encuentra ahora en manos del médico forense quien dará una autopsia definitiva antes del fin de semana. La policía continúa buscando nuevos sospechosos.

jueves, noviembre 27

La escritora y sus fantasmas o "Decálogo del escritor urbano"

Rebusco en el cúmulo de papeles que pueblan mi mesa de trabajo, en el desorden mal disimulado de mis apuntes y no encuentro nada que valga la pena, nada de entre tantas líneas escritas en el silencio de la noche que merezca un solo segundo del tiempo que les he dedicado. He intentado, durante todos estos años, construir historias que poco tienen de interesantes y mucho menos de trascendentes; he querido perpetrar una realidad paralela sin lograrlo, puesto que no existe la paralelitud de la realidad, ni tampoco la de las rectas: sólo existe la im-penetrable realidad de la circunferencia; he consultado a escritores de renombre, esperando me enseñaran su arte y sus secretos sin conseguir más que unas cuantas palmaditas en el hombro y, de tanto en tanto, alguna que otra en la zona gluteal vulgarmente conocida como culo; he dilapidado horas y horas en interminables conversaciones con filósofos de toda especie y me he perdido, cada vez, en un sinnúmero de peripatéticos rodeos que me han dejado, si no donde estaba en un principio, por lo menos en algún lugar del que nunca he sabido cómo escapar.

Es por eso que hoy, tras haber descartado la lectura de Cervantes por considerarlo tedioso, la de Nietzche por considerarlo machista, la de Coelho por considerarlo epistemológicamente incomprensible hoy, digo, he decidido que:


I- No me perderé los últimos capítulos de la intrigante telenovela Resistiré
II- Me suscribiré a la revista Caras
III- Concurriré periódicamente a la peluquería
IV- Adoptaré el uso de la gillete para la consecución de un objetivo tan importante como es el de tener las piernas bien depiladas
V- Aprenderé a cocinar cazuela de mariscos
VI- Renovaré el stock de underwear
VII- Iniciaré una investigación exhaustiva acerca de la gregarización del travestismo en los últimos tiempos utilizando el método hipotético deductivo tantas veces defendido por Karl Popper
VIII- Haré un rollo con todo lo que he escrito hasta ahora
IX- Lo introduciré donde más convenga
X- Se aceptan sugerencias

miércoles, noviembre 26

Diario de una obrera:

Lunes: me levanté temprano como siempre y salí a trabajar. Encontré un pedazo de churro relleno con dulce de leche que alguien olvidó al lado del malvón. Ñam, qué rico, pensé e inmediatamente decidí que lo cargaría hasta el depósito. Seguro me van a aumentar el sueldo por traer comida diferente, calculé mientras me disponía a levantar el churro.

Martes: lo del churro fue un fracaso, no pude llevarlo: había un palito y una zapatilla que se interponían en mi camino una y otra vez y me hacían tropezar. Lo peor es que se me hizo tan tarde que ni siquiera tuve tiempo para conseguir una hoja de malvón, o un pedazo de trébol. Nada. Resultado: me cagaron a pedos.

Miércoles: esta noche vino mi prima con la edición del diario de la tarde donde sale una hormiga que se encontró un miligramo y se hizo famosa. La nota la firma un tal Juan José Arreola. Qué fácil es la vida para algunas. Así cualquiera. O tal vez este periodista sea poco serio, vaya una a saber.

Jueves: hoy también cayó mi prima, esta vez con un libro intitulado: “Hormiguero: vida cotidiana y alienación. Diez claves para disfrutar en plenitud” Leélo, insistió, te va a dar vuelta la cabeza. Por ahí lo lea esta noche. Aunque no sé, mañana hay que madrugar.

Viernes: esta mañana cuando pasé por la higuera me encontré con Bicho Bola. Hola Bicho Bola, le dije, cómo va todo. Acandamo, me contestó. Pero no pudimos seguir hablando porque mi fila iba demasiado rápido y cuando me quise dar cuenta yo ya estaba a la altura de las begonias y Bicho Bola había quedado atrás, rascando un higo que se había caído. Parece que es lo único que sabe hacer Bicho Bola.

Sábado: hoy entregaban los premios Antena a la mejor película. La ceremonia la daban por Atómica TV y mi prima vino a casa a verla porque ella no tiene televisión. Mi favorita era una película donde la protagonista es una hormiga que decide hacerse escritor. Escribe la historia de su vida (con algunos cambios) y la publica y enseguida se convierte en best seller. Se hace millonaria y ya no tiene que trabajar en el hormiguero. La metáfora es muy linda: la hormiga que se salva por el arte. Pero seguro esa no gana porque el premio está arreglado. Seguro gana la de la hormiga que se enamora del cascarudo por internet y cuando descubre quién es realmente al principio se desilusiona, pero después renace el amor porque el amor es más fuerte que las apariencias. Siempre las mismas pavadas. Así que yo el programa no lo vi, le dije a mi prima que no, que prefería quedarme leyendo el libro que me prestó.

Domingo: al final ganó la película de la hormiga escritor. Qué raro. Acá debe haber cucaracha encerrada. Igual mucho no me importa. A propósito del diario íntimo, hoy no pasó nada interesante. Mejor me voy a dormir porque mañana hay que levantarse temprano y esta vez voy a tener que llevar una buena parva si no quiero que pase lo del lunes pasado.

martes, noviembre 25

Breve Historia a Ilustrarse de los orígenes de la suite como forma musical

Érase una vez un minnesinger
del flautista de Hamelin primo lejano
de gracia Sigiberto de Gembloux
allende las ciudades conocido
juglar itinerante y
de versos forjador menesteroso.


Romance de Sigiberto:

Consistía el noble oficio
que el minnesinger labraba
en dulces trovas cantar
del laúd acompañado;
solía el hombre pasear
atravesando comarcas
y huyendo así de la Parca
se le podía encontrar.
Suspiraban por su amor
señoras y castellanas:
porque además del laúd
de su porte y su hermosura
buena parte conservaba
de la blanca dentadura.

Eran épocas de pestes
de traiciones y de hambrunas
andaba de feudo en feudo
Sigiberto de Gembloux
ganándose su comida
o de buen vino una bota
cuando no quedaba gota
para el señor ni sus deudos.

En arribando a Bretaña
en un castillo paró
y allí eran tantos los muertos
que solitario se halló
como en Hesse según me cuentan
se hallaba el lobo estepario.

Bordoneando su laúd
muy pronto lo sorprendieron
mil doscientos esqueletos
que acompasados movieron
los huesos que los formaban
¡A mover el esqueleto!
se dijo el buen Sigiberto
mientras con fuerza empujaba
una pesada osamenta.
Dejando su mente atenta
acomodóse en un banco
disponiéndose a entonar
con astucia sus estrofas.

Aquí me pongo a cantar
al compás de mi laúd
que el hombre que su ataúd
ve hasta en sueños arrimarse
la música ha de tocar
para así no amedrentarse.
Como afinarlo no puedo
compondré en el mismo tono
primero una alemanda
alegre y dicharachera;
la zarabanda le sigue
solemne cual vaca encinta
y si estuviera en la pampa
haría una chacarera
empero Francia me acuna
y la edad es la edad media
de modo que una gavota
pergeñaré a toda prisa
esparciendo mi elegancia
sobre esta tonta comedia.
Y si a alguien le da risa
que se ponga en mi lugar:
hay que animarse a trovar
cuando la Parca anda cerca
que si la perra arremete
no se la puede evitar.

De tan alegre la música
de tan bellas melodías
bailaron los esqueletos
hasta que despuntó el día.
Pero la Parca no es boba:
por más que disimulara
nuestro dulce trovador
en medio del alboroto
lo descubrió traicionera
y por atrás lo tomó
cuando plañía una giga.

Desta suerte concluyó
sus días de buen juglar
en componiendo una suite
que nadie pudo escuchar.

Aclaración para el vulgo: Durante la Edad Media y aledaños los músicos debían volver a afinar sus instrumentos cada vez que deseaban cambiar de tonalidad ej: de do mayor a la menor, de sol mayor a re mayor, etc. Esto tomaba demasiado tiempo, sobre todo si la actividad se llevaba a cabo en medio de un baile: las parejas de danzarines hubieran tenido que detenerse a esperar a los músicos lo cual hubiera resultado en extremo aburrido. Por lo tanto, cuando se tocaba una danza tras otra (suite) la astucia de los músicos los llevaba a alternar el carácter y el movimiento de las mismas, de manera que a una danza alegre y relativamente agitada seguíale una más bien lenta y de temperamento grave y así hasta finalizar la sucesión. Es por eso que los compositores de siglos venideros, como JS Bach, aún cuando no se enfrentaban con el problema de tener que afinar el instrumento para cambiar de tonalidad, mantuvieron la tradición componiendo todas las danzas de una suite con la misma armadura de clave.

Cumpliendo así con nuestra humilde misión educativa, podemos retirarnos a acometer deberes no menos loables, aunque, por qué no admitirlo, seguramente mucho menos interesantes.

lunes, noviembre 24

Elige tu propia aventura:

I- Juan pertenecía a la clase de hombres que se preocupan más por no manchar las sábanas que por su propio placer y, por supuesto, que por el de su compañera.

II- Era uno de esos hombres que está más interesado en no dejar rastros en las sábanas que en dejar algún rastro de felicidad en el cuerpo de su amante.

III- La posibilidad de una sábana manchada empañaba cualquier intento de goce, de manera que el momento culminante del amor nunca era tal, sino más bien un leve temblor acompañado de una sucesión infinita de tribulaciones domésticas

IV- La búsqueda de nuevas posiciones, la creatividad a la hora del sexo no eran en Juan el producto de una tremenda capacidad de amar ni de un deseo desenfrenado e imaginativo, sino que, lejos de ello, constituían el reflejo del pavor y del asco que le causaba mojar las sábanas con su propio semen y, aún peor, el hecho de que la mucama se convirtiera en un testigo indirecto de sus actividades amatorias con las consecuentes indiscreciones que esto pudiera traer aparejadas.

V- A Juan no le gustaba ensuciar las sábanas después de cojer, más por esas reminiscencias de falso respeto a la vieja que algunos tipos llevan consigo toda la vida, que por la suerte de las sábanas mismas (total, no era él quien iba a terminar lavándolas). Así que la cuestión concluía siempre en un “Nena, a ver correte pero no te muevas mucho que vas a hacer un enchastre”

viernes, noviembre 21

On va le faire à la duc d'Aumâle

...es ya no poder decir que no, no dar lugar al fingimiento, ni siquiera negarse a esta incandescencia prostibularia que siento en las muñecas, en los tobillos, en la punta de los dedos porque se trata de pensar en eso: en lo que se siente con las muñecas y con los tobillos y con la última de las falanginas --ahí se encuentra la salvaguarda del desastre, de la batalla librada inútilmente cada vez que--.

Hay además una resignación del cuerpo inconfesable (inconfesables el cuerpo y la resignación), resignación a lo que ya no interesa ni al instinto puesto que el instinto está dormido o muerto. Entonces se aguanta con las extremidades flojas, con las articulaciones en continua negación del movimiento: lejos los tobillos, lejos las muñecas, distantes cada uno de mis dedos, a miles de kilómetros del vórtice; y una lengua que se busca a sí misma y el humo verde colándose para que después.

Después es un cansado retornar, un agobio de tempestad acabada, una vuelta atrás siempre en la misma esquina. O quedarse contemplando el tiempo, mirar el espacio que transcurre en el espacio y no cambia de forma. Después es recodar la misma pera roja dada vuelta, recordarla a la vez que extinguirse, extinguirme en el fango propio, mío, o de la pera caramelizada. Y habrá también la evocación de algún espasmo contenido, de algún beso como fruta que madura involuntaria, una fruta en cuya carne ya nadie hinca el colmillo ávido de azúcar y de jugos. Habrá nada más que una costumbre de leche derramada entre las piernas y después silencio y otra vez un cuándo fue que.

jueves, noviembre 20

Sujeto (femenino - primera persona singular) busca predicado con el propósito de compartir intereses tales como participar en cuento, relato, crónica o novela de autor inédito y/u otros (?). Buena presencia. Es excluyente que el candidato cuente con verbo transitivo y el correspondiente objeto directo para poder realizar cambios de posición de voz activa a pasiva y viceversa. Se dará prioridad a aquéllos que presenten abundancia de complementos circunstanciales. Proposiciones subordinadas adverbiales, abstenerse. Tampoco se admitirán predicados que no respeten concordancia de género y número --aunque pueden hacerse excepciones--. Se ofrece excelente remuneración y posibilidades de carrera y/o acceso a la fama.

Interesados enviar CV acompañado de carta manuscrita (sin errores de ortografía) a:

La palabra desvergonzada, editores. CC 999969

Recepción de CV hasta el 31 de diciembre de 2003 inclusive.

miércoles, noviembre 19

(and as long as she thinks of a man, nobody objects to a woman thinking)

-Tengo un juego Manuela, un juego buenísimo, vas a ver.
-Tengo hambre.
-Vos siempre tan primitiva Manuela. Me escuchás lo que te digo: tengo un juego especial, te va a encantar.
-¿No me traés un sándwich?
-¿Eh?
-Tengo hambre, ya te dije. Dale, no seas malo
-Un sándwich de qué.
-No sé, que tenga aceitunas, fijate, ponele lo que quieras: tomate, queso blanco, pero que tenga aceitunas. ¿Qué hora es?
-Qué sé yo qué hora es Manuela.
-Andá a ver, che.
-Perá que ahí me fijo. Al final querés el sándwich ¿sí o no?
-Mas vale, si no para qué te lo pido. Con aceitunas negras.
-Son las tres de la mañana.
-Uy qué tarde, bueno, igual preparámelo, ¿si?
-Sí. ¿Y después jugamos?
-¿Jugamos a qué?
-Al juego que te decía.
-No sé de qué juego me hablás.
-No podés saberlo porque nunca te lo expliqué, Manuela.
-Ah claro. ¿Nunca me lo explicaste? Dale, traéme el sanguchito, que tengo un sueño terrible.
-Ahora tenés sueño también.
-Uy mirá que te enojás por cualquier cosa vos.

martes, noviembre 18


Il faut effacer le reflet de la personnalité pour que l'inspiration bondisse à tout jamais du miroir. Laissez les influences jouer librement, inventez ce qui a déjà été inventé, ce qui est hors de doute, ce qui est incroyable, donnez à la spontanéité sa valeur pure. Soyez celui à qui l'on parle et qui est entendu. Une seule vision, variée à l'infini.

P. Eluard


Estoy convencida de que si Giacometti aspiraba alcanzar la representación física de la nada o el vacío lo que debió hacer es pedirme que le cediera una fotografía. Y no es por razones de índole cronológica que me atrevo a afirmar lo anterior.

De manera que de ahora en más voy a dedicar mi tiempo a la noble y nunca bien mirada acción de estornudar. Es que para convertirme en una buena estornudadora, es preciso que lo haga cuantas veces se me dé la gana. Y los demás (incluido Giacometti) que se pongan piloto. Que llueve.

Por último, he aquí el consejo del día: “Haz lo que Paul Eluard dice, pero no lo que yo hago”

lunes, noviembre 17

Soon he had covered ten pages with poetry. He was fluent, evidently, but he was abstract. Orlando. V. Woolf

¿Y cómo le fue hoy?

Gran desilusión se anuncia de argamasa: engrampada dejaría a la humanidad toda si eso no me incluyera. Exactitudes al margen, usted tiene que aprender, no sólo a no decir, sino que tiene que aprender a no escuchar porque de eso se trata. De no hacer caso y de no prestar. Porque las cosas importantes no se prestan: no se prestan los libros, no se prestan los discos, no se presta la atención. Entonces, si de repente se encuentra rodeada de íncubos parlantes que no pueden hacer nada demasiado diferente de trivializar –o mejor: tribalizar– todo aquello dónde usted buscaba ávida un significado (busque, busque que por ahí algo se le aparece); si de súbito se asquea con el contenido del tubo de ensayo después de tanto empeño desperdigado en torpes experimentaciones; si la vergüenza por el egocentrismo ajeno le acribilla la conciencia de lo vano (puesto que sabe que lamentablemente usted tal vez se les parezca demasiado).

Entonces: usted ha caído en las trampas de la ingenuidad. No existen las hadas. Solamente las personas y sus ineluctables secreciones ¿o acaso no estaba enterada? Es que yo no leo el diario. Vamos, vamos que a mí no me engaña. De acuerdo: soy también eso que eufemísticamente se llama ser humano y tengo, por fuerza, que saberlo; el problema es que a veces me empecino. Y ahí es cuando se desilusiona y se siente poca cosa. ¿Quiere que le cuente? No, de ninguna manera: usted me aburre tanto como la primavera a los pingüinos. ¿Es eso mucho? Me atrevería a decirle que sí.

efectos de la lluvia pegando en ángulo de cuarenta y cinco grados sobre mi cara de [agregar aquí el término que completa el modificador indirecto] o qué suerte que abandoné lo que tenía que abandonar

no quiero
transformarme en una pupa
que a sí misma
se contempla

no quiero
hacer de lo humano
una metástasis

luego de este acto de estúpida autocompasión, pasemos (rápidamente) a otra cosa



Donde se cuenta cómo Marco Polo descubrió la pasta durante su estadía en las tierras de Kublai Khan y de la brillante ocurrencia que allí tuvo

Hallábase Marco retozando en una hamaca paraguaya que mientras intentaba traducir del mongol al italiano unos poemas de amor, acercósele una linda muchacha de estirados párpados y le dijo:

“..............” [se omite el discurso de la muchacha por no contar la editorial con los medios para imprimir los orientales caracteres]

Marco, hombre de inextinguible disposición a la aventura, hubo de guiñarle sucesivamente ambos ojos (que de haberlo hecho al mismo tiempo hubiérase tratado de un simple pestañeo o aletear de mariposas) y tomó de manos de la muchacha la vasija que le ofrecía.

Desconfiado como buen mercader, escudriñó del recipiente el contenido y pensando que se trataba de un engaño –puesto que se asemejaba lo que allí había a un enjambre de blancas y pegajosas lombrices– la espetó:

“Ascoltami ragazza, ¿qué catzo me has traído para comer?”

“Spaghetti, caro Marco”

“Hmmm, seguramente alguno de mis detractores te ha enviado con esto para envenenarme. Verás lo que haremos. Tú has de probarlos primero y si nada te sucede, será entonces mi turno”

Obediente y sumisa la muchacha tomó con delicadeza un spaghetti y luego otro y otro más. Hacía ella lo suyo al comerlos: graciosamente fruncía los labios en un gesto que distrajo a Marco y lo hizo pensar en un pimpollo de colorada rosa que tuviera un gusano debatiéndose en el centro. Tan absorto estaba en contemplarla que por poco no se olvida del peligro que hacía un momento parecía acecharlo.

Cuando hubieron pasado unos minutos y Marco verificó que la muchacha gozaba aún de buena salud, probó él mismo una de las blancas lombrices y encontróla muy sosa y desabrida. Una cagada, bah.

“Per questa pasta c'é bisogna d’un buon sugo. De ahora en más, el spaghetti me lo traen a la putanesca. Y cuando vuelva a Italia me instalo una fábrica de pastas y se acabó el riesgo empresario”

De ahí en más y durante lo que duraron sus vacaciones en Mongolia, Marco pidió siempre spaghettis a la putanesca servidos por la muchacha de la colorada boca. También de esa época data la revolucionaria técnica de ingesta de spaghetti inventada por el mercader de Venecia.

No, no es lo que ustedes piensan, nada de torpes enrollamientos de tenedor y cuchara: cada comensal tomaba en su boca un extremo del fideo, preferentemente el mismo, y luego habían de atraerlo para sí en silencioso batallar hasta que al hacerlo desaparecer, los labios llegaban a rozarse y acaecían hechos aún más extraordinarios.

jueves, noviembre 13

A veces no puedo dormirme pensando en si Alan Greenspan sigue aún al frente de la Reserva Federal o si en realidad fue recientemente destituido y algún otro economista de baja laya ocupa su lugar sin que nadie me haya puesto en autos. O como diría Octavio Paz: "Todo desemboca en esta eternidad que no desemboca"

Digo yo, ¿que andás urdiendo si la noche no te encuentra y si te he visto no me acuerdo? Si te he visto es imposible que olvidado haya lo que me incumbía. El problema o avatar es que dejé la cámara emprestada. ¿Emprestada a quién? No sé, han de haberla sustraído en algún instante de distracción y ahora. Ahora no tengo a quién mirar. No tengo a quién escudriñar, se me acabó el zum-zum (cuestión de melodías) y es tiempo de apuntar hacia la zona umbilical. Umbría como pocas me parece el área: sobre todo si no está preñada la dueña del pupo. No está. Y bien que hoy le sacó chispas. Fosforito viene, fosforito va, linda fogata se mandaron los cochinos. Y sí, si es pa’ garchar, siempre hay espacios borrascosos donde el estambre se desmadre y ¡oh! he aquí el jolgorio. Pero ni hablar de discurrir en cuestiones tenebrosas porque lóbrega se insinúa la verdad cuando no quiere ser mostrada. Yo te dije, yo te lo advertí, un día si gustás yo te la hago explícita y que sea lo que Él quiera, hagasé su voluntad, primer motor inmóvil. Pero habíamos afirmado, hacia el amanecer del texto, que de Él ya no hablaríamos: habíamos aceptado la derrota, la desventura de la soledad, el engranaje aquél desvencijado y sin muescas ni orificios que lo avalen. Él no es lo que creías: aunque resulte difícil explorar el territorio implicado en tal afirmación, aunque no quede más remedio que transitar de espaldas el revés de la existencia.

De todas maneras, el quid es que sin cámara no puedo llevar el registro de los personajes, zoom fulano, zoom mengano, ya no más. Tendré que elucubrar una nueva metodología, otras formas de hostigar a la experiencia y enclaustrarla en las latas (oxidadas) de la literatura.

¿Es que queda otra cosa diferente que hacer literatura?

El aplazamiento de la experiencia no es más que una ficción: escribir es la experiencia de la experiencia y no por eso es menos intensa. La urdimbre de l tejido no es menos importante que el tejido mismo. El proceso por el cual se llega a la novela, a la conformación del universo paralelo no es menos importante que el producto, aunque sea olvidado con el tiempo y (con suerte) sólo a unos pocos les interese. Pongamos por caso las nóveles figuras del panorama literario actual. Pongamos-me por caso en el ocaso. Acaso. Qué es lo que se forja además de la red, del entramado en el que quedan presos cada uno de los personajes, qué es lo que se crea además de la historia que se cuenta. Nace, apodíctica, la experiencia enajenante de la creación, la posibilidad de ser dentro del ser, la increpación constante de la realidad.

Zoom mí misma.

Espectoremos una endoscopía y hagamos caso omiso de cualquier arcada (que pudiera aparecer). Si la miramos bien, la aspiración no tiene nada de malo. Sufro: “Hoy por hoy estoy deprimido. Me levanto de un frasco para echarme en otro” Mí misma es un cúmulus nimbus, un tilde mal puesto, un sujeto tácito, un terror de ortografía, una guinda en la cúspide del choripan. Mí misma es una ciclópea vagina hambrienta. Mí misma se transforma en vegetal tintóreo o sincopado que aguarda ansiosa al gran espadachín que la arremeta. O bien que se la meta. En la cajeta. Mi misma imagina amores indiscretos, romances de parada de colectivo, conversaciones escanciadas en tertulias de esas a donde nunca fue invitada. Mí misma pretende que garabatea una novela sin accesos y probablemente, sin excesos. Mí misma se va a dormir, que ya es de noche. ¡Joder!

miércoles, noviembre 12

Permaneció inmóvil en su silla, mirando la mesa y los despojos de comida que habían sobrevivido a la cena, observando cómo la jarra semivacía había quedado justo al lado de la fuente de la ensalada, apenas rozándola con sus redondeados bordes; cómo los cubiertos habían sido esparcidos acá y allá sin premeditación alguna (al parecer a nadie se le ocurría ponerlos sobre el plato al terminar de comer); y cómo las servilletas dobladas con cuidado hacía menos de cuarenta minutos estaban ahora abiertas y despanzurradas con el desparpajo de una prostituta que espera al enésimo cliente de la noche. Vio también los restos mortales de una hoja de lechuga que por azar había caído directamente sobre el mantel, dejando un rastro oleoso de olivas y vinagre; y por fin se detuvo en el salero que, reclinado sobre uno de los platos, parecía un soldado herido y olvidado en plena batalla.

En ese momento vio todo y no vio nada y quiso retener lo absurdo de ese particular desparramo de objetos sobre una mesa cualquiera, en una noche cualquiera, y pensó que nunca ni los platos blancos, ni los cubiertos, ni la jarra de panza de embarazada, ni el salero, ni las servilletas a cuadros, ni la hoja de lechuga, ni ninguna de las cosas que allí descansaban volverían a estar dispuestas de esa manera. Se le ocurrió que las coordenadas nunca se repetirían con exactitud y que aunque tomara una fotografía y lo intentara jamás lograría ordenar nuevamente el desorden específico que se empeñaba en acaparar toda su atención. Un temblor involuntario (siempre son involuntarios los temblores) le recorrió la espalda. Dejó la cocina como estaba. Será mejor tratar de pensar en otra cosa.

martes, noviembre 11

De cómo Otelo maltrataba a Desdémona y ésta le permitía tales impertinencias y otras muchas que no nos es dado relatar en esta ocasión

En llegando a la morada conyugal la bella Desdémona --agobiada hasta el cansancio por el peso de la compra del mercado-- su amo y señor Otelo sin siquiera cumplirla como esposo le increpaba:

“¿De dónde has traído tanta fruta detestable mujer? Y no me mientas, te lo ordeno. Ya mismo has de referirme lo que has estado haciendo con el verdulero, con el panadero y con la costurera”
“Oh amado, no es lo que tu piensas”
“¿Y cómo explicas tú el tamaño de la baguette?”
“Es muy simple: a sabiendas de cuánto gustas de morder su crujiente corteza y saborear su blanda miga, el panadero ha trabajado duramente para conseguir un pan de tamaño familiar”
“¿Y qué tienes que decir de que los zapallitos verdes aparezcan cada vez más verdes?”
“Son tus favoritos, oh señor mío, ¿o es que acaso ya no resulta de tu agrado su verdor?”
“Y dime, pérfida manipuladora, ¿qué hay del nuevo traje que tan graciosamente llevas puesto? Nunca luces tantos brillos cuando conmigo te encuentras. Has de admitir que tus encantos deben de haber arrancado los suspiros de los varones del condado”
“Oh no, dulce Otelo, eso nunca: yo soy horrible, fea, carente de todo atisbo de hermosura ¿no lo has notado?”
“Mis sentidos no me engañan, tu has estado revolcándote con otros” la acusa subiéndole violentamente las faldas. “Dios me ampare, esto es monstruoso: hasta te has afeitado las piernas”.
“Debo concederte que esto último es verdad, querido. He decidido que nunca más habré de usar cera u otros pegajosos menjunjes: de ahora en adelante mis piernas han de pertenecer a la gilette”

Cegado por la desesperación, acribillada su alma por el fuego de la impotencia y los celos, Otelo corrió veloz rumbo a los aposentos de su esposa. Rebuscó en cofres, arcas y cajuelas de toda especie hasta dar al fin con la infame gilette. El resto de la historia es archiconocido y (aunque la siguiente información sea absolutamente prescindible) ya no se me da la real gana de seguir tipeando esta reverenda pelotudez.

lunes, noviembre 10

“-Sshhh sshhh -suspira (insidiosa) la lechuza”

IV

patibulé un serrucho
un martillo
un cincel
y una tijera
por hoy
(de siempre incierta duración)
yo digo:
no más
ir al taller

las manos duelen
duelen los temores
de madera
che!
que ya estoy grande
y hago
(o me construyo a mí misma un albedrío)
lo que se me antoja

acabo, habilidosa, de ingeniar
un nuevo verbo transitivo
y quien libre se encuentre
de invención alguna
que arroje la primera
(piedra)
o se sumerja
en la sustancia
pegajosa
de la
fruta
(y se ahogue)

sábado, noviembre 8

"-Bisbis bisbis -decía Feuille Morte"

I
Se levanta (resorte) de su siento
y dice:
qué perdido urgirme
de fumar un pucho
del humo que entra
entrando
en trance
dentro
luego, tiempo
me lo pasé cogiendo
(¡flores!)
toda la semana
¿y?
y qué
tengo una fiebre colosal
y quema
y arde
la litera
(tura)

II
de translúcidacuarela
transpiré las telas cuadros
cuyo destino
yo decido
y es:
mirar a la pared
insuficiente-
mente
blanca
respetuosa del silencio
(por ahora)

III
usted practica esgrima
esgrime práctica
su arte
artificial
artera su artimaña
arte/sonado/moro
hartas mañanas
elusivas fintas
fin en sí
fin para sí
fin al
decir
(que no)

viernes, noviembre 7

Sopa de Caracol

Por esos días todo andaba tranquilo. Hacía rato que gracias a Dios no se moría ninguna viejita y todas andaban más o menos bien de salud, dentro de lo que se puede pedir. Bah, tranquilo. Tranquilo es un decir porque cada dos por tres pasaba alguna cosa de esas que les pasan nada más que a mis viejas y que una no sabe si reír, llorar o hacerse la distraída. Resulta que la Mirta tenía una colección de caracoles de tierra guardados en una pecera. Les ponía hojas de tilo para que comieran y les tiraba agua con un gotero, porque si no se me van a deshidratar, explicaba. Cada dos por tres limpiaba la pecera (hay que ver cómo cagaban los muy asquerosos) y los sacaba a pasear un rato para que no se orearan, creo yo. Pero siempre los volvía al castillo de cristal, como llamaba ella a la pecera, porque esos caracoles eran caracoles de elit. La Mirta decía que en realidad los suyos no eran caracoles así nomás, según ella eran escargós. Nunca supe qué cuernos quería decir escargó pero el doctor Zaldívar también decía que los caracoles eran escargós. Vaya uno a saber por qué: para mí eran caracoles comunes y silvestres como los que se encuentran en cualquier jardín, con su casa y sus cuernos y dejaban el camino de baba en los vidrios como toda la vida. La cuestión es que la Mirta los trataba como si fueran de oro y le ponía un tul en el techo de la pecera para que no se escaparan. Lo más gracioso es que la Dori la ayudaba a limpiarla y lo hacía con mucho cuidado y dedicación, lo mismo que yo con mis viejas. Pensar que era toda una familia de caracoles.

Una mañana llegué y me encontré con que se había armado un despiole de novela. La Mirta se había levantado temprano como siempre y parece ser que cuando fue a ver a la familia Escargó, no quedaba ni uno solo. Para mí que no habían ajustado bien el tul de la pecera y se voló y los caracoles aprovecharon y se tomaron el buque, bien aburridos estarían ahí dentro del castillo de cristal. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue que la Mirta, cuando se puso como loca para buscarlos pisó a uno y lo dejó hecho albóndiga contra el piso y hay que ver cómo se puso a llorar y a gritar de desesperación. La Dorita empezó con que todo era culpa de la Chin-Chin que como hablaba en sueños seguro los había asustado a los pobres bichos y por eso habían huido. Yo creo que la que tuvo la culpa fue la Dorita y que fue ella la que se olvidó de poner bien el tul cuando la ayudó a la otra con la limpieza.

A todo esto la Chin Chin ni se mosqueó, creo que le importaba un pito de los escargós y de todo el lío que armaron las otras viejas. Al final encontraron a los otros que no habían llegado muy lejos y los pusieron otra vez en su lugar.

Esa misma tarde la Mirta y la Dori organizaron un funeral para el caracol aplastado, le hicieron una mortaja con un pañuelito bordado que tenía la Mirta y lo metieron en una caja de fósforos. Hasta le pidieron a la Chin-Chin que pusiera una de sus músicas para acompañar al cortejo. La Dori que es gaucha cuando quiere estuvo todo el tiempo al lado de la Mirta. Cuando la otra no la veía se acercaba a mí y por lo bajo me decía, ¿viste Adela? la Mirta está más loca que una cabra, mirá que andar lloriqueando y chillando así por un simple caracol de tierra, pero qué se le va a hacer, para ella no era un caracol, era un escargó, y yo tengo que acompañarla en un momento así por más que sean puras pavadas de vieja loca.

Yo me mataba de risa por dentro porque la Dori hablaba en serio y la situación era graciosa, pero también me daba un poco de pena, qué se yo. Parece que el caracol que había muerto era el jefe de la familia y la verdad que la Mirta estaba hecha una Magdalena de tanto que lloraba. Hasta el doctor Zaldívar le dio el pésame a la Mirta. Estaba tan serio, tan serio que creí que él también iba a sacar un pañuelo y en cualquier momento se largaba a llorar. Yo no me atreví a preguntarle nada por las dudas, pero después me di cuenta que a él lo del escargó le importaba un rábano porque me dijo: vio Adela cómo son las viejas, hay que seguirles la corriente porque si no se ofenden.

No me gustó mucho que hablara así, al final, en ese hospital todos creían que los demás estaban locos y por casa cómo andamos ¿no?

jueves, noviembre 6

Buenos días su señoría

Títiti-tít Títiti-tít Títiti-tít

Son las ocho de la mañana y mujer dormida románticamente pegoteada en caluroso idilio con las sábanas tiene que enfrentar a la brutal realidad. Levantarse debe para ir a su trabajo de analista económico financiera; debe ducharse, lavarse dientes, orejas y otras partes que no vale la pena mencionar; mantener el odiado y cotidiano diálogo con el espejo delator: esa ensalada necesita pomelos, parece decirle el muy avieso a lo que ella responde con sepulcral silencio y (a veces) con una rápida sacada de lengua al maleducado; debe ponerse cremas varias para evitar estriamientos no deseados de la piel, arrugas y otras terribles etcéteras que agobian a la mujer tan pronto cruza la barrera número 30 de la vida.

Mujer analista devenida madre luchará también con el precioso vástago que se niega rotundamente a ponerse el guardapolvo azul e insiste en llevar, no uno, sino cinco o seis dinosaurios al colegio. Madre devenida analista pregunta seria a vástago cuántas manos tiene a lo que el inteligente ser humano en vías de desarrollo contesta: dos. Madre-analista concluye, pues entonces lleva sólo dos. No y no. Te digo que sí, que dos o nada.

¿Quién gana la batalla?

Media docena de dinosaurios del período jurásico al cretácico son rápidamente introducidos en la mochila de vástago quien al verse con las manos vacías elige otros dos monstruos dientudos y dice: ¿Ves mamá? Ahora tengo uno en cada mano, como vos dijiste.

Madre-analista, vástago y manada de dinosaurios parten hacia el jardín de infantes. Llegan tarde como siempre.

Pero está todo bien porque en arribando a la oficina analista económico financiera encuentra que le han puesto computador nuevo veloz como el cóndor. Ahí mismo transmuta en pseudo escritora y tipitipea sin cesar esta estúpida parrafada que poco importa y así recurrentemente el círculo se espirala en las ineludibles volutas de lo que es dado en llamar vida diaria.

miércoles, noviembre 5

De cuando a Palestrina se le quemó el fondo de la cacerola por obra y gracia de una doncella engolosinada y se vio empujado a concluir que "hay gente que es irremediablemente caprichosa, mejor será que me dedique a tejer punctum contra punctum y que la posteridad me recuerde por mi música y no por la melaza pringosa y derretida en la olla de cobre"

Cuidado señorita, qué son esos modales.
¿A mí me dice?
Sí a usted, qué pasa, ¿se hace la distraída?
¿Distraída yo?
Yo nunca,
no,
yo no, qué va.
Aléjeme los dedos de ese caramelo
que ya se sabe que con baba después
se pegotea y
Pego el caramelo, me lo chupo todo.
(Mire la tea que se apaga
ssshhh!)
Qué bárbara, qué bestia, vayasé. No voy a permitirle:
imagínese el enchastre,
el pegote
o porquería.
Imagínome ¿Y entonces?
Y entonces, ya lo he dicho, no me toque el caramelo
que se pasa de punto
y se incinera.



martes, noviembre 4

“Romance de la Roldana sediciosa” o “Transposición de la Derrota de Roland en Roncesvalles”

Escrito a los cuatro días del mes de noviembre del año del Señor tres y dos mil

Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos:
y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

Calderón



No ha mucho tiempo –ayer– andaba yo agostando veredas de arrabal,
(de profesión costumbres tengo plañideras)
cuando topéme con un bruno caballero:
como torres sus brazos,
oscuras las pupilas
tras la hendija entreabierta de su yelmo,
tan largas y abundosas tenía las pestañas
que sombras
negras
derramaban en su rostro.

Alto lo vi:
indiferente
hermoso.

Me dije:
“Ese es el hombre, debo hablarle urgente”.
Así que desta suerte
apropincué mis femeninas artes,
le susurré de azúcar
palabras al oído:
y hete aquí
que el pobre
anonadado
o sorprendido
huyó en rocín vertiginoso
hacia otros
lares.

Clin-que-te-clank
cantaban del caballo los herrajes
(eran de lata ambos: el pingo y la armadura del hidalgo)

Clin-que-te-clank
mis ojos en goteras convertidos
(preciso me era dar con fontanero
que emparchara raudo
de pérdidas los orificios)

Clin-que-te-clank
lo divisé partir allende el horizonte
y sola quedé
yo en mis merodeos,
cuando la tierra en charco inmundo
se abrió bajo mis pies y
¡zaz!
caíme de culo contra el suelo.

Despatarradas mis partes,
quejumbrosas no obstante el almohadón que Dios me ha concedido,
ahí la vi,
la diminuta roldana malograda.
“Indudablemente escapó de la armadura.
Encontrarlo es menester al caballero
y devolverle pronta
la tuerca que le falta
que si no,
pudiesen de muerte herirlo sin remedio.
¡Oh Señor mío!
abandonarlo a fenecer
no debo”

Partí en su busca y aún no lo he cruzado,
ha de andar bruñendo soledades
con su lanza,
su cota
y su morrión sin tuercas desvelado.
Lo sueño y paréceme real
tal mandarina
que perfumada y de semillas rebozante
me ofreciera, dadivoso, el verdulero.

Pero no:
el caballero no aparece.
Temo que no hayan sido más
que argucias hueras del destino:
el hidalgo no existe
o lo he imaginado.
Así en amores
es mi desatino.