martes, noviembre 4

“Romance de la Roldana sediciosa” o “Transposición de la Derrota de Roland en Roncesvalles”

Escrito a los cuatro días del mes de noviembre del año del Señor tres y dos mil

Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos:
y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

Calderón



No ha mucho tiempo –ayer– andaba yo agostando veredas de arrabal,
(de profesión costumbres tengo plañideras)
cuando topéme con un bruno caballero:
como torres sus brazos,
oscuras las pupilas
tras la hendija entreabierta de su yelmo,
tan largas y abundosas tenía las pestañas
que sombras
negras
derramaban en su rostro.

Alto lo vi:
indiferente
hermoso.

Me dije:
“Ese es el hombre, debo hablarle urgente”.
Así que desta suerte
apropincué mis femeninas artes,
le susurré de azúcar
palabras al oído:
y hete aquí
que el pobre
anonadado
o sorprendido
huyó en rocín vertiginoso
hacia otros
lares.

Clin-que-te-clank
cantaban del caballo los herrajes
(eran de lata ambos: el pingo y la armadura del hidalgo)

Clin-que-te-clank
mis ojos en goteras convertidos
(preciso me era dar con fontanero
que emparchara raudo
de pérdidas los orificios)

Clin-que-te-clank
lo divisé partir allende el horizonte
y sola quedé
yo en mis merodeos,
cuando la tierra en charco inmundo
se abrió bajo mis pies y
¡zaz!
caíme de culo contra el suelo.

Despatarradas mis partes,
quejumbrosas no obstante el almohadón que Dios me ha concedido,
ahí la vi,
la diminuta roldana malograda.
“Indudablemente escapó de la armadura.
Encontrarlo es menester al caballero
y devolverle pronta
la tuerca que le falta
que si no,
pudiesen de muerte herirlo sin remedio.
¡Oh Señor mío!
abandonarlo a fenecer
no debo”

Partí en su busca y aún no lo he cruzado,
ha de andar bruñendo soledades
con su lanza,
su cota
y su morrión sin tuercas desvelado.
Lo sueño y paréceme real
tal mandarina
que perfumada y de semillas rebozante
me ofreciera, dadivoso, el verdulero.

Pero no:
el caballero no aparece.
Temo que no hayan sido más
que argucias hueras del destino:
el hidalgo no existe
o lo he imaginado.
Así en amores
es mi desatino.

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