lunes, noviembre 17

efectos de la lluvia pegando en ángulo de cuarenta y cinco grados sobre mi cara de [agregar aquí el término que completa el modificador indirecto] o qué suerte que abandoné lo que tenía que abandonar

no quiero
transformarme en una pupa
que a sí misma
se contempla

no quiero
hacer de lo humano
una metástasis

luego de este acto de estúpida autocompasión, pasemos (rápidamente) a otra cosa



Donde se cuenta cómo Marco Polo descubrió la pasta durante su estadía en las tierras de Kublai Khan y de la brillante ocurrencia que allí tuvo

Hallábase Marco retozando en una hamaca paraguaya que mientras intentaba traducir del mongol al italiano unos poemas de amor, acercósele una linda muchacha de estirados párpados y le dijo:

“..............” [se omite el discurso de la muchacha por no contar la editorial con los medios para imprimir los orientales caracteres]

Marco, hombre de inextinguible disposición a la aventura, hubo de guiñarle sucesivamente ambos ojos (que de haberlo hecho al mismo tiempo hubiérase tratado de un simple pestañeo o aletear de mariposas) y tomó de manos de la muchacha la vasija que le ofrecía.

Desconfiado como buen mercader, escudriñó del recipiente el contenido y pensando que se trataba de un engaño –puesto que se asemejaba lo que allí había a un enjambre de blancas y pegajosas lombrices– la espetó:

“Ascoltami ragazza, ¿qué catzo me has traído para comer?”

“Spaghetti, caro Marco”

“Hmmm, seguramente alguno de mis detractores te ha enviado con esto para envenenarme. Verás lo que haremos. Tú has de probarlos primero y si nada te sucede, será entonces mi turno”

Obediente y sumisa la muchacha tomó con delicadeza un spaghetti y luego otro y otro más. Hacía ella lo suyo al comerlos: graciosamente fruncía los labios en un gesto que distrajo a Marco y lo hizo pensar en un pimpollo de colorada rosa que tuviera un gusano debatiéndose en el centro. Tan absorto estaba en contemplarla que por poco no se olvida del peligro que hacía un momento parecía acecharlo.

Cuando hubieron pasado unos minutos y Marco verificó que la muchacha gozaba aún de buena salud, probó él mismo una de las blancas lombrices y encontróla muy sosa y desabrida. Una cagada, bah.

“Per questa pasta c'é bisogna d’un buon sugo. De ahora en más, el spaghetti me lo traen a la putanesca. Y cuando vuelva a Italia me instalo una fábrica de pastas y se acabó el riesgo empresario”

De ahí en más y durante lo que duraron sus vacaciones en Mongolia, Marco pidió siempre spaghettis a la putanesca servidos por la muchacha de la colorada boca. También de esa época data la revolucionaria técnica de ingesta de spaghetti inventada por el mercader de Venecia.

No, no es lo que ustedes piensan, nada de torpes enrollamientos de tenedor y cuchara: cada comensal tomaba en su boca un extremo del fideo, preferentemente el mismo, y luego habían de atraerlo para sí en silencioso batallar hasta que al hacerlo desaparecer, los labios llegaban a rozarse y acaecían hechos aún más extraordinarios.

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