lunes, enero 26

hammerklavier

Schumann, Konzert in a-moll für Klavier und Orchestre op. 54. O el que “toca el pibe en la película Mme. Souzastzka” –si es que se escribe así–. O el calor que no me deja dormir. O la náusea atolondrada que deja paso al hambre atroz. Porque tengo un hambre que juega conmigo y me atormenta, y no es un hambre trágico, es el hambre de la urgencia. Pienso: qué terrible debe ser. Y dejo el pensamiento inconcluso, como tantos otros, como si bastara el hecho de haber comenzado a formularlo para saber que no es necesario continuar. Existe en sí.

Hace un rato me dejé caer en remolinos de silencio. Sshhh. El silencio aparente de la inmovilidad. Ahora, altísimo, el klavierkonzert, los dedos del pianista que vuelan sobre un teclado blanco y negro que apenas puedo imaginar, las venas de mis manos que se marcan, vibran, las falanges los cartílagos se muestran, y envidio al hombre que desde el encierro del CD se declara insurgente y libre ante mis oídos (¿ávidos?). Me deslumbra. Deseo. Necesito. Música. Ojalá yo pudiera, la memoria no miente, la memoria nunca se equivoca, y es este pseudo-romance (o situación de cuasinfidelidad) que mantengo con un teclado gris, lo que por ahora me engaña los sentidos para que no extrañe tanto eso que yo hacía con el piano en otras muchas tardes de verano como esta. Música.

Nena aflojate, las muñecas altas por favor. Eh, pero no tanto, ahora el codo, cuidado con los hombros, y pensá en un arroyo con peces plateados. Eso es Debussy. Un arroyo transparente con peces plateados, agua que se escurre continua y tintineante, pero ahora ya no más. No hay más Debussy, no hay Schumann, no hay Beethoven, y no hay Bartók, no hay más que lo que los dedos intentan evocar sin éxito, los músculos se encogen ¿y cómo eran tus manos cuando me explicabas esto sí, aquello no?

Se me ocurre ahora que este estar tipeando desenfrenadamente el teclado inmundo de la computadora mientras pienso en cuánto me gustaría tener un piano cerca para aporrearlo como corresponde, se parece a hacerse una paja cuando uno, en realidad, muere por cojer denserio. Pero, sshhh, mejor no decirlo, es muy de bruta. Además, la música se lleva dentro. O eso se comenta.

sábado, enero 24

Día uno, o día noventa y pico, o semana catorce o “transitando el cuarto mes”. Sin prisa, con el sólo apuro que la naturaleza impone. Es un retraso largo el que llevo: de haber sangrado por última vez, de haber escrito por última vez algo con cuerpo, de haber sentido mi cuerpo como propio, porque hoy ya no es mío sino de quien lo habita. Mamá tenés un bebito adentro. Mamá tenés la panzota gordota. Mamá sos hermosa porque tu piel es suavecita. Mamita, dirán otros, cómo te las mordería, có-mo-te-las-co-me-rí-a y yo que sí, que las quiero siempre así, aunque en el primer embarazo me haya sentido enajenada y extraña y sin embargo. Sin embargo ahora adoro todo lo que antes se me hacía odioso.

Ah, el amor por los hijos es lo único verdadero, aparte de nacer y de morir y de saber que estamos solos, y quizá sea porque se trata de lo mismo, porque es un amor de células y secreciones compartidas y de un corazón que vive dentro de otro y de sangre que late presurosa. Todo lo demás es provisorio: el amor a un hombre, el deseo, la impaciencia, la voluptuosidad del cuerpo ahora exacerbada por la tiranía de las hormonas, las palabras, la idea de Dios, la angustia, el intento de saber qué es ser, la ilusión de la literatura, la amistad.

Narcisista como nunca, no puedo evitar una conversación con el espejo, de esas que me frustran tantas veces, de esas que me ridiculizan hasta la culminación de lo absurdo pero que ahora terminan siempre en sonrisas. Me gusto: mi vientre crece, ya se nota, sí. Ay, no me di cuenta, disculpame, estás embarazada, es que no tenés panza casi. Mentira. Ya se nota. Pero no engordaste nada, nena. Claro, como si eso fuera lo único importante [y alguien que me dice o me pregunta: cuando ves en las tapas de las revistas a esas minas espectaculares con esos físicos divinos, etc, etc ¿no te da bronca?, y yo que le respondo, para nada, nada podría resultarme más impensable que sentir bronca por eso, porque hoy todo, absolutamente todo en mí señala un centro al que cobija, protege y alimenta. Y lo demás no importa porque soy omnipotente, soy eterna, soy inexplicable y misteriosa y no soy yo, J, sino una más en miles de millones de millones cumpliendo, aún habiéndolo elegido, con la vida].

Y sí, me merezco un alfajor Havanna de dulce de leche. Y que Kafka se ocupe de su metamorfosis que yo con la mía voy a estar entretenida por un tiempo.

viernes, enero 23

Nunca digas de esta agua no he de beber

Se puede saber qué carajo te pasa. Nada. No, nada no, algo tenés. Bueno, sí, es que me transformé en ciruela. Qué asco. Si no te gusta no mires. Prefiero las mandarinas. A mí me importa un pito lo que vos prefieras, yo: ciruela y punto; además, qué querés que haga. Podrías esforzarte un poco ¿no? Lo lamento, soy así y bancatelás.

...

¿Me dejarías que te pase la lengua? un poquito nomás, no quiero molestarte. Pero cómo, no era que las ciruelas no te gustaban. Y qué se yo, uno nunca sabe.

jueves, enero 22

Carta del Padre Antonio Durán Valdez para Amelia, antes de que sea tarde, antes de que lo agarren por la calle y le afanen la biblia y la billetera, o "Antonio ¿cómo podés ser tan pelotudo?"

Amelia, querida voz,

El silencio es necesario para la música como el aire lo es para el fuego. He permanecido en quietud, que no es tal, porque no hay verdadero silencio en mi interior como no hay silencio en el vacío aparente de una caracola marina. Es que he estado dudando de mí mismo. He estado dudando de mi historia. Yo voy a contarte Amelia, porque confío en vos.

Yo quise ser compositor. Quise crear un universo que terminó por devorarme. Comencé a estudiar música cuando era niño. Supe leer y combinar sonidos antes que balbucear la lengua en que te hablo a vos. En casa había un piano y frente a él me sentaba y en él inventaba y me dejaba ir en torpes melodías mientras mis hermanos y mis primos corrían en el parque. No me entendía bien con ellos, excepto con Marcos, mi primo mayor.

A su tiempo, mi madre me llevó al conservatorio donde estudié piano, armonía, contrapunto. A los dieciocho años gané una beca para ir a la Sorbona. Fui testigo de los últimos años de Nadia Boulanger, Amelia. Te lo cuento y tengo la impresión de estar hablando de una vida que no fue la mía.

En Paris conocí a Lucienne, que era violoncellista. Era pequeña, graciosa y llena de vida. Uno hubiera creído que tocar el violoncello era una hazaña imposible para una mujer de su contextura. Sin embargo cuando presionaba sus piernas delgadas contra la madera no había nada que pudiera hacerme dudar de su poderío avasallante. Hacer música de cámara es como hacer el amor, me dijo un día. Me enamoré perdidamente de Lucienne, Amelia. Como nunca me había enamorado. Como nunca volvería a hacerlo después.

En esa época yo sentía una pasión inexplicable por Webern, por Alban Berg, por Schönberg: quise rescatar el dodecafonismo del caos en que había sido enterrado por la incomprensión humana. Pero quise demasiado. Mis obras resultaban impenetrables, mi voz interior inaudible. Llegué a discutir con la Boulanger porque decía que debía ocuparme de la música, por la música misma y no por mis pueriles ambiciones de gloria. La verdad es que no progresaba y el amor por Lucienne me consumía. Componía para ella. Dúos. Música de cámara. Un concierto para violonchelo y orquesta. Ella parecía no darse cuenta de mis esfuerzos, como si fuera natural que un hombre le dedicara toda su obra, todo su tiempo, toda su pasión. Lucienne y la música eran para mí la misma cosa. Se habían fundido en una sola obsesión que me estaba volviendo loco.

Ya no quiero aburrirte, Amelia. Perdoname el silencio y la falta de claridad. Pienso en vos, mucho. Aún no me has dicho cuál es la tierra que te vio nacer o por qué la antropología parece resultarte indiferente.

Espero tus palabras. Respeto tu silencio,

Antonio Durán Valdez

lunes, enero 19

W decide que tomará un jugo de naranjas exprimido e intenta comunicárselo al camarero quien, tras haber demostrado su gran habilidad para eludir los pedidos de los clientes (lo que resulta admirable si se tiene en cuenta que W es en este momento la única clienta en el café), no pudo evitar ver las señas que W le hacía sin gracia alguna, por cierto, pero con gran vehemencia gestual. De modo que el camarero no ha tenido más remedio que acercarse a la mesa que W ocupa con su habitual falta de elegancia, para preguntarle qué es lo que la señora desea beber. Un jugo de naranjas exprimido, indica la señora a lo que el camarero responde: Imposible. ¿Por qué, no tienen naranjas? Sí, naranjas tenemos. ¿Y entonces? Se rompió el exprimidor. Ah, comprendo; pero bueno, imagino que tendrán algún exprimidor mecánico. ¿Mecánico? Sí, no eléctrico, quiero decir, manual. Ah sí, exprimidor manual tenemos. ¿Entonces? Es que ese es el que se averió. ¿Y por qué no usan el eléctrico? Porque eléctrico no tenemos. Qué barbaridad. Sí, el exprimidor se rompió hace tres semanas y aún no lo han arreglado. Oh. Es una verdadera catástrofe. Y el camarero le refiere, en detallada crónica, cómo ejércitos de naranjas que aguardan su destino de cítrico estrujado se han estado pudriendo en los confines de las heladeras durante todo este tiempo. ¿Pero cómo pueden echarse a perder si permanecen en la heladera? Es que las heladeras tampoco funcionan. Y por qué no hacen algo al respecto. Porque estamos muy ocupados. ¿Ocupados? ¡si en este lugar no hay nadie! Cómo que no, y usted qué es.
Soy la única clienta, y apostaría que he sido la única en horas. Su suposición es correcta, usted es la única, y sin duda alguna nos tiene muy ocupados. Pero si hace como media hora que le estoy haciendo señas y nada. Y eso qué tiene que ver, que Ud haga señas no quiere decir que no estemos ocupados: piénselo lógicamente, una cosa no implica la otra. Por supuesto que no. Vio cómo tengo razón. Bueno, ¿y el jugo? Le dije que era imposible. Es verdad, entonces tráigame un café, si es tan amable. Amable soy, aunque lamento comunicarle que eso también es imposible. ¿Se les rompió la máquina? No. ¿Entonces? No tenemos café. Bueno, prepáreme un té. Creo que lo mejor va a ser que vaya al bar de enfrente. ¿Por qué? Porque es el cambio de turno. ¿Cambio de turno? Si, soy el único camarero aquí, pero como me pagan muy poco, a la salida trabajo algunas horas más en el bar de enfrente. Casualmente mi turno acaba de terminar, pero si desea puede venir conmigo y la atenderé ahí mismo. ¿Y ahí tienen exprimidor? Sí, lo que no tenemos es naranjas, aunque sí hay café. ¡Genial! supongo que funcionará la máquina. Ah no, la máquina de café no funciona.

viernes, enero 16

Y se hizo la luz. Bah.

No sé bien cómo pasó, pero yo antes creía, de eso estoy seguro. Y era algo tan cierto como que de un día para otro me dejó de gustar el melón. Cuando era chico me encantaba el melón: le chupaba el jugo despacito tratando de no chorrearme demasiado y después, cuando ya no le quedaban casi gotas, dejaba que la carne se deshiciera en mi boca y ahí nomás me lo tragaba. Ahora ya no me gusta para nada. Hasta casi diría que me da asco. Con lo otro, no es que me dé asco, ni que me produzca una aversión particular, pero qué sé yo, la cuestión es que ya no creo y no veo que haya forma de solucionarlo. Aunque no estoy seguro de que se trate de algo que necesite solución. Dicen que cuando uno llega a una determinada edad comienza a darse cuenta de cómo son realmente las cosas, de que todo lo que antes parecía. Parecía. En realidad, ya no interesa. Una mañana me desperté después de una noche sin sobresaltos y ahí en el aire de la habitación, mezclado con el perfume de Daniela que dormía a mi lado, sentí la presencia de la duda. Al principio fue apenas perceptible, pero con el correr de los minutos se transformó en un olor denso, como de tierra seca, estéril. No era en especial desagradable, pero se me hacía pesado, voluminoso, e irremediablemente se interponía entre Daniela y yo. O entre el resto del mundo y yo. Yo sabía que lo que me pasaba no tenía nada que ver con ella: lo nuestro funcionaba bien, nos veíamos exclusivamente para eso y no había nada que se pudiera agregar o quitar en nuestra relación. A Daniela no parecía importarle mucho lo que ella misma llamaba “la reducción de la posibilidad del amor a una mera transacción comercial”; así que yo no tenía por qué preocuparme: después de todo era este tipo de intercambio el que nos mantenía a una distancia prudencial --aunque no demasiado lejana-- de la más completa y absoluta sensación de soledad. Pero no era en esto en lo que estaba pensando hace un momento. Lo que me asombra es que ya no creo. Y antes creía. Por supuesto que al principio no tenía plena conciencia de que algo había cambiado. Hasta esa mañana en el dormitorio con Daniela (y es raro decir con Daniela porque ella no se dio cuenta de nada, ni de lo que yo percibía como una presencia, ni del olor a tierra y a desierto, ni de la inminencia de mis inquietudes). La observé durante un rato: tenía la espalda descubierta, el pelo pegoteado con el sudor de la nuca. Puse mi mano en el hueco de su cintura, ella es real, pensé, vive. Y quise tenerla. Y la tuve, casi dormida, amablemente, dentro de lo amable que se puede ser en algo que tanto encierra de brutalidad y desesperación. La tuve, como siempre, y ella se dejó y se hizo oír y después siguió durmiendo. Sentí miedo. No por ella, ni por nosotros, no. Tuve pánico. Entendí lo que tenía que entender.

jueves, enero 15

"Her whole attitude was a virtual statement, but the perception of that only seemed destined to take its place for him as one of the many things necessarily crowded out of his consciousness?"

~ Henry James ~ The beast in the jungle ~


A falta de inventiva, talento, capacidad creadora, imaginación, ganas, etc, la casa continuará ofreciendo estos bellísimos fragmentos de los maestros de la literatura universal, traducidos por nuestro diligente staff para el beneficio de la humanidad toda.

He aquí nuestra interpretación:

"Los hombres son todos unos nabos: una se la pasa mandando señales al viento cual faro de medianoche ¿y todo para qué? para que nunca se aviven de nada. Siempre la misma historia."

Es todo por hoy.

lunes, enero 12

And so bewildered as usual by the multitude of things which call for explanation and imprint their message without leaving any hint as to their meaning, she threw her cheroot out of the window and went to bed.

~ V. Woolf ~ Orlando ~


Versión libre (a ser utilizada en aquellos dichosos e inefables momentos de contemplación en que uno termina pensando que hubiera sido mejor deshojar una margarita o, por qué no, dedicarse a tocar la mandolina, el cromorno o la celesta):

"Eso. A mí qué me importa si igual nunca voy a entender un carajo."

viernes, enero 9

Y como se viene el fin de semana y no quiero que ninguno de mis amiguitos se aburra, les dejo aquí esta hermosa reseña sobre la última película de la trilogía “O senhor dos anéis”, dedicada especialmente a la Ratita que está de vacaciones y la extraño y a todos los amantes del buen cine y de la crítica constructiva para el mejoramiento de las artes y la cultura.

Desde la más obscura y absoluta profundidad oceánica (u obstrucción oceánica, llegado el caso) los saluda con amor,

Alfonsina


Ahí va esta obra cumbre de la crítica y la poesía. Nótese el uso del limerick. La intitulé:

"Qué lindo es opinar en democracia" o "Prefiero el final de Resistiré"

Anoche vi “El Señor de los Anillos”
Legolas actuando es un ladrillo
Gandalf un pelotudo
Tiene cara de embudo
¿Habrá de niño pisado un rastrillo?

Arwen gorda estaba como un tanque
A los mamuts les fallaba el arranque
Los hobbits eran putos
Los orcos simples brutos
Ojalá cayeran todos al estanque

Malísima y peluda era la araña
Y Sam la asesinó con mucha saña
Salvando así a su amigo
Que parecía un higo
Tras haberlo picado la alimaña

La película no terminaba nunca
Hubiera estado bien dejarla trunca
Qué tantos lloriqueos
Moqueos, baboseos
¿No ven que así el cine ya no funca?

jueves, enero 8

Buenos Aires on the rocks

Camina lenta, demorada, el sol le niega su piedad --si es que alguna vez la tuvo, el sol--. Camina y en la esquina mira a un lado, mira al otro, la luz verde dice sí, la luz roja dice no, y yo qué hago, se pregunta y la pregunta le desciende por la sangre que se-a-blan-da-y-ca-e tres dos uno. Cero. Maldita presión tu-túm tu-túm, la sal que se le evade presta y ella que se queda quieta ahí. Ahí que ahora es allá o no sé dónde, es un lugar de coordenadas aparentes, un espacio fuera del espacio. Es un tiempo que jamás discurre. ¿Se siente bien? ¿Se siente bien señora? Y ella duda, titubea, elude la mirada, se da vuelta y sigue, qué le importa a éste, qué barbaridad, tu-túm tu-túm un caramelo ya que me desmayo. Taxi, taxi, déjemenlaesquina de Libertador.

miércoles, enero 7

Y sí, lo que HOY me tiene a mal traer (o llevar) es que Henry James ponga en las oraciones más comas que frutas en el pan dulce. Digo yo, ¿con qué se desayunaba?

Al levantarse dijo la rana
mientras espiaba por la ventana:
Tira con tirita
y ojal con botón.


Analista ha sufrido un problema neurhormonal que le impide pensar, escribir, decir algo coherente (o tal vez se trate de una afección crónica). Llega esta mañana a su lugar de trabajo y ¡oh sorpresa! los ascensores no funcionan. Kaput los ascensores, piensa, qué cagada. Sube al montacargas donde comprueba sin deleite alguno que ciertas personas a las que catalogaría de imbéciles absolutos –sí señores, el absoluto existe– son incapaces de subir cuatro o cinco pisos por la escalera. Eso sí, después vamos todos al gimnasio ¿eh? y en los abdominales no menos que la tabla de lavar la ropa que usaba la abuela. No entiendo cómo pueden ser tan pajeros, se pregunta con su delicadeza habitual. Qué poco femenina eres, qué guaranga, le han dicho una y mil veces. Pero no le importa: en algún recóndito lugar de su alma se esconde ese glamour que a sólo unos pocos privilegiados les es dado admirar de cuando en vez. (Y bueno, si no se dice aquí, no lo dice nadie, sinceramente). Luego de la odisea que la conduce al piso 21 analista saluda haciendo mohines a su compañerito de banco que le dice sin ambages: hoy luces como un miembro de la iglesia presbiteriana. A lo que ella le responde, silenciosa: pendejo de mierda, tras lo cual se dispone a trabajar o a hacer de cuenta que. Pero no puede: analista tiene la casa tomada. Y sabe que, irremediablemente y para su contento, esto irá empeorando con el dulce transcurrir de los meses venideros.

lunes, enero 5

...
Y como diría mi padre, si uno no tiene nada importante que decir lo mejor es guardar silencio. Es por eso que estoy acumulando increíbles cantidades de silencio en mi vientre, silencio que no es lo que parece y que despacioso reinventa su distancia y se llena de burbujas y latidos. Sin embargo, me es imposible no perderme en banalidades sin sentido --total hablar es gratis-- y así me veo en medio de un grupo de personas diciendo lo que no quiero decir, perjudicando mi propia capacidad de escuchar. Hay mucho para describir: las pequeñas metamorfosis de un cuerpo que cada día es menos mío y es más del universo (yo soy el universo); el sueño que todo lo acapara, empecinado; la dificultad de la palabra escrita; la tensión inconfesable de mis manos que no se atreven a tocar, mis dedos que no se atreven a escribir, mis ojos que espían y buscan la admisión, mi boca. Y sí. Te digo (me digo) que ese pianista abusa del pedal con Schumann: entonces las cuerdas subsisten, vibrando in aeternum, como ahora vibro yo, callada.
...

año nuevo, vida vieja

Hace rato que Isidro tiene ganas de matarse, que la idea lo seduce maliciosa, que le anda merodeando el seso. Lo persigue la idea solamente, por supuesto, la idea sin el cómo, así, a secas. Aunque si Isidro supiera cómo, seguramente no se animaría. En realidad él es de esos pseudo-suicidas a los que ningún método les viene bien y terminan gastando las horas en elucubraciones inútiles: más fácil es seguir dándole vueltas a las cosas sin abrazar jamás destino alguno, más fácil es persistir en el engaño de que así se llega a todas partes. No importa alcanzar la ciudad eterna, importa saber que hay muchos caminos que conducen a ella. Absurdas como son las cosas, Isidro se mataría, sí. Se mataría si el asunto no le resultara tan estúpidamente complicado. Ah, y si él mismo no fuera tan, pero tan cagón.