miércoles, enero 7

Al levantarse dijo la rana
mientras espiaba por la ventana:
Tira con tirita
y ojal con botón.


Analista ha sufrido un problema neurhormonal que le impide pensar, escribir, decir algo coherente (o tal vez se trate de una afección crónica). Llega esta mañana a su lugar de trabajo y ¡oh sorpresa! los ascensores no funcionan. Kaput los ascensores, piensa, qué cagada. Sube al montacargas donde comprueba sin deleite alguno que ciertas personas a las que catalogaría de imbéciles absolutos –sí señores, el absoluto existe– son incapaces de subir cuatro o cinco pisos por la escalera. Eso sí, después vamos todos al gimnasio ¿eh? y en los abdominales no menos que la tabla de lavar la ropa que usaba la abuela. No entiendo cómo pueden ser tan pajeros, se pregunta con su delicadeza habitual. Qué poco femenina eres, qué guaranga, le han dicho una y mil veces. Pero no le importa: en algún recóndito lugar de su alma se esconde ese glamour que a sólo unos pocos privilegiados les es dado admirar de cuando en vez. (Y bueno, si no se dice aquí, no lo dice nadie, sinceramente). Luego de la odisea que la conduce al piso 21 analista saluda haciendo mohines a su compañerito de banco que le dice sin ambages: hoy luces como un miembro de la iglesia presbiteriana. A lo que ella le responde, silenciosa: pendejo de mierda, tras lo cual se dispone a trabajar o a hacer de cuenta que. Pero no puede: analista tiene la casa tomada. Y sabe que, irremediablemente y para su contento, esto irá empeorando con el dulce transcurrir de los meses venideros.

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