sábado, enero 24

Día uno, o día noventa y pico, o semana catorce o “transitando el cuarto mes”. Sin prisa, con el sólo apuro que la naturaleza impone. Es un retraso largo el que llevo: de haber sangrado por última vez, de haber escrito por última vez algo con cuerpo, de haber sentido mi cuerpo como propio, porque hoy ya no es mío sino de quien lo habita. Mamá tenés un bebito adentro. Mamá tenés la panzota gordota. Mamá sos hermosa porque tu piel es suavecita. Mamita, dirán otros, cómo te las mordería, có-mo-te-las-co-me-rí-a y yo que sí, que las quiero siempre así, aunque en el primer embarazo me haya sentido enajenada y extraña y sin embargo. Sin embargo ahora adoro todo lo que antes se me hacía odioso.

Ah, el amor por los hijos es lo único verdadero, aparte de nacer y de morir y de saber que estamos solos, y quizá sea porque se trata de lo mismo, porque es un amor de células y secreciones compartidas y de un corazón que vive dentro de otro y de sangre que late presurosa. Todo lo demás es provisorio: el amor a un hombre, el deseo, la impaciencia, la voluptuosidad del cuerpo ahora exacerbada por la tiranía de las hormonas, las palabras, la idea de Dios, la angustia, el intento de saber qué es ser, la ilusión de la literatura, la amistad.

Narcisista como nunca, no puedo evitar una conversación con el espejo, de esas que me frustran tantas veces, de esas que me ridiculizan hasta la culminación de lo absurdo pero que ahora terminan siempre en sonrisas. Me gusto: mi vientre crece, ya se nota, sí. Ay, no me di cuenta, disculpame, estás embarazada, es que no tenés panza casi. Mentira. Ya se nota. Pero no engordaste nada, nena. Claro, como si eso fuera lo único importante [y alguien que me dice o me pregunta: cuando ves en las tapas de las revistas a esas minas espectaculares con esos físicos divinos, etc, etc ¿no te da bronca?, y yo que le respondo, para nada, nada podría resultarme más impensable que sentir bronca por eso, porque hoy todo, absolutamente todo en mí señala un centro al que cobija, protege y alimenta. Y lo demás no importa porque soy omnipotente, soy eterna, soy inexplicable y misteriosa y no soy yo, J, sino una más en miles de millones de millones cumpliendo, aún habiéndolo elegido, con la vida].

Y sí, me merezco un alfajor Havanna de dulce de leche. Y que Kafka se ocupe de su metamorfosis que yo con la mía voy a estar entretenida por un tiempo.

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