otro de siete
shhh!
el calderón se remolina
en su remanso
atranquilada
lo espirala
despaciosa
shhh!
no la molesten
que enseguida
se desboca.
la loca
--le dicen--
la gritona: en su iracundia alborotada borbotona
cualquier gansada y salta
hervorizada
lanza llamas de dragona
y venenos por los ojos lanza
en quien alcanza susto
engendra
¡qué pavura!
y macerado con su ira tremebunda
odio derrama.
arroja:
roja platos y floreros
si se le dice no: se enoja,
si que sí: se furibunda,
si respuesta no recibe
encoleriza el puño
en una tunda se encabrona
y se le infla su vestido
de tormenta y viento.
zarpa de tigra,
revuelve lúgubre pasión la loca
de cerca no pasar
es necesario:
si al descuido el roce
el aire
el cruce
no le gusta
se convierte en vendaval
y ahí nomás
--desprevenidos ¡atención!--
te emboca.
jueves, diciembre 30
jueves, diciembre 23
NANAS DE LA CEBOLLA
Miguel Hernández
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
domingo, diciembre 19
Aquel día dijo: No se lo voy a perdonar jamás. Lo dijo mientras se las aguantaba para no ponerse a llorar, para no admitir que sin el enojo no le quedaba nada. Así, furibunda y con el corazón sublevado, por lo menos le perduraba la ilusión de que su madre escucharía su queja, de que todavía había lugar para el reproche. Su madre había capitulado. Se había dejado arrancar. Había algo triste en esa capitulación que no tenía nada que ver con la perentoriedad de los acontecimientos. Era la ausencia de la lucha: ni siquiera le importó hacerlo por mí, pensaba, no fue capaz de pedir ayuda. Después vino la muerte y se encargó del trabajo sucio, del resquebrajamiento minucioso. Era posible sentirla en su quehacer. Era posible ver cómo su madre se entregaba, total para qué. Total para qué mamá: hoy es la misma historia, el mismo sello con diferente tinta. Hoy vos te dejás ir y yo tengo ganas de insultarte, sí, de apuñalar tu estupidez, tu grandísima estupidez. Entregaste tu cuerpo hace rato, como si el desgarramiento de los cinco partos que la vida te impuso no valiera nada; como si los embarazos con que fuiste coronada reina y señora --tu más preciada carta de presentación, tu orgullo primigenio-- no fueran más que una anécdota biológica en el devenir tu vida. Dónde quedó la bronca tuya. Dónde dejaste el recuerdo de la impotencia que te enloquecía al ver a tu mamá disuelta en el barro de su enfermedad. Dónde. Porque si te acordaras, no harías esto. Si te acordaras, habrías gritado a tiempo, no me habrías dejado este terror infinito a la repetición. Y ahora escribo y no derramo ni una sola lágrima. Mi llanto es este párrafo en que me reflejo sin mirarme para que el susto no me acorrale demasiado temprano. Papá dijo: tu madre no está bien, vos nunca preguntás por la salud de tu madre. No pregunto porque ustedes callan. No pregunto porque ya me sé el cuento de memoria.
sábado, diciembre 18
yo quiero ser tañido de campana
y perecer así de rápido
alegría en tránsito
clamor que no regresa
yo quiero ser arena tibia
que ondulada
en su ondular se pierde
devenida en otra
y en sí misma
yo quiero ser del mar la sal
y el fondo del abismo
a donde nadie llega
yo quiero como el viento
destronar las hojas
y ser hoja liviana
y seca
y sólo nervadura
yo quiero de la piedra
la templada obstinación
quiero el resquicio
el quiebre
y la ilusión de tiempo
detenido
yo quiero que la muerte
sea un puente
que mi miedo
se convierta
en lluvia
o en rocío
luminoso
yo quiero que el amor
me encuentre siempre;
ser amor
para mis hijos:
que me encuentren