viernes, enero 7

Una tarde me arte

Mientras el mercurio se empecinaba en hacer piquetes dentro del termómetro, el único miembro del movimiento Alpedismo Trágico (en adelante: Alpedista) decidió emprender una cruzada artística por la refritada Buenos Aires.

En primer término se encaminó hacia el MNBA donde se aloja la muestra de Emilio Petorutti. Alpedista llegó, abonó los cinco pesitos exigidos en concepto de entrada, y procedió a regocijarse con los arlequines, músicos, parábolas cúbicas con bellísimos sifones, fruteras, vasos y/o/u otros objetos armoniosamente dispuestos. Aprovechó para bañarse en aire acondicionado y se retiró.

Al salir a la calle la canícula la golpeó como piedrazo bíblico a mujer adúltera. Sin embargo, su pasión por el arte pudo más y se dijo: matemos dos pájaros de un tiro y visitemos la otra gran retrospectiva que tan caliente ha dejado a la opinión pública durante el mes de diciembre; vamo a lo de Ferrari, vamo. Mientras el cemento le derretía las suelas pensaba incurriendo en una evidente contradicción: antes de hablar al pedo sobre la obra de Ferrari, he de verla; luego, he de emitir mi juicio, que no será final ni definitivo, pero constituirá un valioso aporte a la crítica (¿?).

Alpedista llegó al CCR, desembolsó la cantidad de pesos 1 en concepto de “Bono Contribución” y con más entusiasmo que curiosidad preguntó: lo de Ferrari ¿dónde es? Primer árbol a la derecha. El carácter botánico de la indicación le causó gracia. Alpedista estaba de buen humor. Vio no sin asombro pero con gran contento que se había formado una larga fila de personas --acaso siempre ha existido esta caterva de alpedistas, aventuró, y yo nunca lo había notado, sólo hacía falta una fuerza convocante que nos reuniera: el escandalete. La emoción embargó su pecho: con ellos compartiría su incansable curiosidad, sus ansias de conocer la verdad de la milanesa, lo que se oculta tras el pan rallado del escándalo. Con estoica paciencia, Alpedista aguardó durante una hora inmerso en la atmósfera aplastante de la tarde a que llegara el momento de dejar los prejuicios en el guardarropas e ingresar a la refrigerada sala de exposiciones.

Alpedista gustó de:

i. El uso de las palabras como objeto plástico (la idea de una caligrafía que “imite” el tono de voz con que se dicen las palabras le pareció particularmente interesante)

ii. Las cartas escritas sin palabras.

iii. Las esculturas de “alambre”

iv. El cristo crucificado en el avión (obra que había visto tiempo atrás y le había causado un profundo malestar cuya manifestación física fue un repentino ataque de carne de gallina)

v. Un collage sagazmente titulado “La fecundación” que muestra un dibujo de un útero y la trompa derecha, el recorrido de un óvulo y ahí nomás, donde debería aparecer un tropel de espermatozoides biológicamente urgidos se ve una miniatura --tal vez de Giotto o algún otro pintor renacentista-- en la que el arcángel Gabriel se chamuya a la virgen María.

vi. Todos los collages donde se denuncian a Bush, al nazismo, la guerra, la violencia, el proceso militar en Argentina, las barbaridades cometidas en nombre de la religión y sus contradicciones (algo así como: el catolicismo busca la paja en el ojo ajeno y resulta que en el propio tiene incrustado un tronco de baobab).

vii. Un cuadro de Egon Schiele + verso de Borges “me duele una mujer en todo el cuerpo”. Léase: mérito de Schiele y de Borges o: Ferrari no seas ladri.

Le parecieron una cagada (no tanto por el mensaje sino por la forma en que éste se emite):

i. Las obras con técnica mixta de collage y excremento de palomas (nótese lo acertado del término “cagada” utilizado más arriba, amén de la literalidad del mismo)

ii. La utilización de animales vivos y la idea de los animales como productores de la obra de arte donde el papel del artista (en este caso Ferrari) se reduce a la alimentación del bicho en cuestión para que el mismo proceda. Alpedista se pregunta --haciendo gala de un facilismo por demás barato, pero qué importa-- ¿cuántos perros de la ciudad de Buenos Aires y sus dueños podrían ser considerados como artistas?

iii. Los maniquíes con lentejuelas y demás aditamentos.

iv. Los íconos + electrodomésticos + pajareras + jaulas y etcéteras.

vi. Los rejuntes de flores e insectos de plástico.

Finalmente Alpedista, que está a favor de la libertad de expresión piensa que:

i. Los Ferraris son tan necesarios como los Lamborghinis o los Ford Sierra o la más oxidada de las catraminas. En otras palabras: que hay riqueza en la diversidad.
ii. Que cada uno puede elegir qué ver y qué no. Si le ofende, no entre.
iii. Que los católicos --OJO, aquí surge la faceta moral del asunto, puede dejar de leer en este momento-- si tanto aman su religión y tan ardorosamente desean defenderla deberían releer lo que predicaba Jesús y “ponerlo en práctica” en lugar de escandalizarse por pelotudeces como una virgen en una sartén. Después de todo ¿no era Jesús el que andaba con prostitutas, con pobres y marginados?. Las calles de Buenos Aires son un hervidero de pibes muertos de hambre y los mismos que “ven” una blasfemia en los preservativos de Ferrari no “ven” el sufrimiento de los que tienen al lado.
iv. Que (lo creía ex ante y lo confirma ex post) fue una reverenda imbecilidad suspender la muestra.

Por último, Alpedista recomienda: pague los cinco pesitos de la muestra de Petorutti. Valen la pena.

Habiendo concluido su misión Alpedista se retira a seguir haciendo lo que mejor sabe hacer: huevo.

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