jueves, noviembre 11

Sin embargo, podría ser que me engañase y que lo que tomo por oro y diamantes no sea más que un poco de cobre y de vidrio.
Descartes


Andaba René en una de esas noches, medio encurdelado, casi tan mareado como asiento de calesita. Todo él era un frágil mirame y no me toques; destilaba cognac por donde se lo olfateara. A los tumbos iba, marcha-que-te-march y renegando una y otra vez del nombre ridículo que sus progenitores le habían dado: René es mote digno de un batracio ¿por qué diantre han tenido que llamarme así justo a moi?

Al cabo de unos cuantos adoquines, arribó René a su habitáculo a altas horas de la madrugada tras haber intentado en vano conseguir los favores de una señorita famosa por su locuacidad y por otras habilidades que no viene al caso mencionar ya que, como dijéramos, René no obtuvo absolutamente nada de lo que pretendía. Cuando quiso ingresar a la morada, encontróse con que la puerta pesaba como elefante africano de modo que decidió hacer un detour y entrar por uno de los ventanucos laterales. Cayó con estrépito en el suelo con tan aciaga suerte que la hazaña le cobró y quebró una pierna: quedó rengo, René, cojito el pobre.

Dentro de la casa, la chimenea crepitaba sus leños acogedoramente, y el buen René se acercó arrastrando la patita para restregarse las manos y las partes frente al fuego: la noche era fría y aún había mucho que meditar antes de sumir al cuerpo entre cobijas y edredones de plumas. La pregunta del millón, la duda que le escocía la sesera y no le daba paz desde hacía tiempo se refería a cómo sé que sé o cómo conozco lo que conozco y se le presentaba en todas sus posibles versiones y/o combinatorias. Nunca tenía certeza de si sí o de si no, y creía que existían genios malditos que jugaban a engañar su razón –eufemismos puros o patrañas de filósofo: la verdad sea dicha, René era un negador nato, se rehusaba a consultar a un psicoanalista y no asumía sus problemas con el alcohol y las mujeres–. No bastándole el socrático sólo sé que no sé nada comenzó a bregar contra la oscuridad de la ignorancia (siempre en ciernes) en busca de claridad y distinción. Bebió para ayudarse una botella y media de cointreau en balbuceando: todo lo que sé en realidad no lo sé, pero no creo que eso sea nada puesto que algo debo de saber con certeza y es que estoy dudando. ¡Bingo! si dudo la duda es y si es, la duda está y yo soy el sujeto y la duda el objeto de mi dudar. Ergo: existo. Lástima que cojito.

En la vida, todo no se puede, lamentablemente.

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