Cuando Pedro llegó al pueblo el hombre de la oficina de empleos le dijo que ya no quedaban puestos de trabajo vacantes y que si aun así quería conseguir algo iba a tener que esperar por lo menos un mes o quién sabe cuánto tiempo hasta que expirara el término de algún contrato --cosa que, según le explicó el hombre, ni siquiera le garantizaría que el puesto fuera suyo: la economía casi nunca funciona como uno cree que lo hará--. Pedro quiso saber si cabía la posibilidad de que se produjera alguna renuncia o despido imprevisto a lo que el hombre respondió con evasivas, con talveces y quizases, hasta que finalmente le sugirió que lo mejor sería que se marchase por donde había venido. De ninguna manera, dijo Pedro: a él no le importaba y aguardaría el tiempo que fuera necesario ya que había recorrido un largo camino. Además, se sentía terriblemente fatigado, tanto que estaba dispuesto a pasar esa noche y las subsiguientes en el pueblo. Con evidente fastidio, el hombre se apresuró a informarle que la posada del pueblo estaba completa y que tampoco había lugar en el prostíbulo, ni en las casas de familia, ni siquiera en la comisaría o en la escuela pública. Entonces Pedro aventuró que si acaso en el monasterio hubiera una celda que pudiera compartirse, él no tendría inconveniente alguno en pernoctar allí, aunque más no fuera hasta encontrar otra cosa. El hombre le informó que ni siquiera en el monasterio había disponibilidad, que los propios monjes dormían en aglomeraciones que nada tenían de decoroso para personas de vocación religiosa y que lo único que no estaba ocupado era el campanario de la iglesia. Eso, repitió Pedro, el campanario de la iglesia. ¿Sería demasiado pedir que me dejaran dormir en el campanario de la iglesia? Se le contestó que no era mucho pedir, pero que ahí no se servía el desayuno y tal vez pasaría frío o le molestarían las palomas. Pedro no se dejaría amedrentar por unas nimias palomas; en cuanto al desayuno, por ahora se arreglaría con el pan que llevaba en su bolso, de manera que si el hombre tuviera la amabilidad de mostrarle el camino hacia el campanario, él se sentiría muy feliz.
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