A la mañana, todas las santas mañanas, empieza la lucha de sacarlos de la cama, el más grande peor, tiene ocho años y está en segundo grado, y el más chico por suerte este año ya va al jardín de infantes, darles la leche, vestirlos y acompañarlos hasta el colegio, todo a sopapo limpio, qué cansadores son los varones, cuando no empieza uno empieza el otro.
Manuel Puig, Boquitas Pintadas.
Una tarde como cualquier otra Matilde ingresa al supermercado empujando carrito y arrastrando niño. Se le traba (el carrito) en un desnivel y la reputa madre ¿cómo puede ser? y forcejea en tanto que el niño aprovecha la oportunidad para emprender fugaz huída en dirección Juguetes & Artículos de Cotillón. Matilde deja el carrito, sigue al niño (llamado Ramiro) y en una magistral carrera lo ataja justo antes de que manotee un robot con luces de colores transformable en dinosaurio como el de tu serie favorita de televisión. Me tenés harta, Ramiro, harta, no sé para qué te habré traído. A este mundo, agrega Ramiro. El carrito ya no está y urge conseguir otro. Lo sube no sin cierta brusquedad (al niño) y le llega como un dardo un qué mina histérica mirá cómo trata al nene, se da vuelta y por qué no te meterás en lo tuyo imbécil para luego continuar su camino hacia el sector Verduras & Frutas. Coteja las manzanas y coloca cinco en una bolsa, hace lo mismo con las mandarinas, las zanahorias y la escarola. En eso está cuando una anciana le dice querida me leerías por favor el precio de la berenjena, cómo no: es dos con cincuenta señora, gracias querida y ahora me dirías el precio del brócoli, sí: uno con setenta y cinco el kilo, muy amable y ahora me dirías el precio de la lechuga, lo que le diría es por qué no se hace un par de anteojos nuevos y se deja de joder vieja de mierda. Matilde da media vuelta y se dirige al puesto donde el muchacho encargado del sector pesa y pega etiquetas con precios en cada una de las bolsas que los clientes le alcanzan. Cuando llega su turno Matilde le pasa las manzanas, las mandarinas, las zanahorias y la escarola y como quien no quiere la cosa suelta un qué bien me vendría que me ensartaras contra la pared bombón, cuando quiera señora: si fuera por mí ya mismo le hago una atención, lástima que una sea casada y no tenga ni un minuto libre, no se haga problema que ya habrá tiempo, eso espero porque hace siglos que no me doy un buen revolcón, se le nota señora –sin ofender–, ¿se me nota? ¡qué horror! te agradezco la intención de todas maneras, ya sabe señora: cuando quiera... ah, y no se olvide de las zanahorias, gracias querido, de nada señora. Cinco pasos más adelante Matilde escudriña un espejo que le ha salido al encuentro y entre cortes de milanesa y cuadril se ve penosamente reflejada : la verdad que esa vaca está mejor que yo. No crea señora, no sabe el estrés que sufren las pobrecitas cuando las llevan al matadero, explica el muchacho de la carnicería mientras acomoda mollejas y chinchulines. Como si una no sufriera estrés. En fin. Con un retraso de diez minutos Ramiro: mamá, ¿qué es un revolcón?, preguntale a tu padre cuando volvamos a casa.
En el sector Perfumería & Artículos de Limpieza Matilde escoge un detergente con colágeno que protege tus manos dejándoles un agradable aroma a caléndula y limones frescos. De espaldas al carrito que contiene la compra realizada hasta el momento Matilde escucha una entusiasta exclamación y su respuesta a saber: pero qué lindo nene qué bien que se porta, qué mirás vieja puta. La mujer así apelada (que no es ni tan vieja ni tan puta) enmudece súbitamente y Matilde amonesta con energía: Ramiro cómo le decís eso a la señora, y la señora: déjelo no es nada. Ramiro cómo le decís eso a la señora, pero si vos le dijiste vieja de mierda a la otra vieja. Prefiriendo hacer caso omiso la vieja en cuestión insiste: de verdad no es nada. Y Matilde: pero cómo no va a ser nada no ve que es un mocoso maleducado, no es tan grave, usted también qué ganas de joder señora: se hace insultar y ahora no quiere hacerse cargo de la situación ¿por qué no lo piensa la próxima vez antes de ponerse a decirle idioteces a un chico?
El rumbo que Matilde sigue es más o menos el habitual y ahora se encuentra comparando el precio de los beibiscuis en la góndola de galletitas dulces y panificados y Ramiro: mamá comprame las de chocolate; o: no, mejor comprame los caramelitos, o: no, mejor comprame alfajores que son los de la promo juntando cinco envoltorios te ganás una bicicleta , dale dale, quiero comer uno ahora, dale mami. No Ramiro que después no comés la comida, pero dale mami te prometo que me como todo el almuerzo. No me prometas Ramiro: no te compro nada porque no tengo plata. Pero mamá: si tenés que pagar todo lo que pusiste en el carrito entonces tenés que tener plata, comprame, comprame. No te compro nada y se acabó. ¿Entonces tenés plata? Basta Ramiro me tenés harta. Llantos. Diez pares de ojos fijos en Matilde pero se puede saber qué están mirando ¿o no saben que los chicos lloran?
Situaciones similares se repiten en los sectores de Dulces & Conservas; Bebidas Espirituosas y por fin en la caja donde Ramiro reclamó nuevamente un paquete de chicles, una caja de confites y una barra de chocolate obteniendo idéntica respuesta en cada una de las ocasiones: "No".
Regresan madre e hijo a su casa donde el almuerzo se desarrolla sin mayores inconvenientes (es decir, el hijo casi no prueba bocado, alega enfriamiento general de la comida y dolor de estómago y termina por robar a hurtadillas un paquete de galletitas de chocolate que su madre había comprado –también a hurtadillas– con el secreto propósito de saborearlas luego de la cena contradiciendo así sus más sólidos principios de abstinencia consumista).
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