miércoles, junio 9

De cómo algunas grandes obras se originan en pequeños acontecimientos de la vida cotidiana

Una mañana marchaba el buen Victor bajo la recova de la Place des Vosges. Hacía frío y el aroma de un croissant con crema pastelera le acicateaba punzante las narinas. Monsieur Le Pâtissier será sympà pero me cobra muy cara la factura. A Victor no le daba la real gana de pagarle ni siquiera medio franco por un croissant ni un pain au chocolat, por lo que había adoptado la costumbre de acercarse a saludarlo, chamuyarlo con un peu de poesie y mientras con una mano hacía reverencias con la otra se afanaba los pasteles.

Así que esta mañana en que soñando con su próxima novela se encontraba, el olor de la croissant parecía susurrarle: Victor, Victor, approches toi, viens avec moi. Victor que sufría ya al perfume haciendo de las suyas en la hondonada más profunda de su estómago decidióse a emprender un detour y saludar a Monsieur Le Pâtissier.

Bonjour Jean Luc! Bonjour Victor! Con habilidad de hormiga hurtó Victor su croissant de crema pastelera coronado al tiempo que soltaba unos versos de Racine, tarratatán, tarratatín. Saludó luego y se retiró por donde había venido. Antes de que pudiera oprimir su mandíbula contra la dulce masa, se le apareció una de esas Mademoiselles esplendentes de moños y mohines que solían hacerle rendez-vous durante los paseos por la Place des Vosges. A Victor no le quedó otra que guardarse la croissant en su ajustado pantalón. Bonjour Monsieur Hugo! Bojour cherie! Y comenzó ahí nomás un chichoneo que duró lo que un suspiro: de repente el buen Victor sintió como un puñal la mirada de Mademoiselle clavada en su (antes) alba calza. Le chorreaba descendentemente un río amarillento de crema pastelera. Notó nuestro hombre que un tremor pueril hacía titubear al mentón de la pobre Mademoiselle que a esa altura (la del pantalón de Victor Hugo) nada comprendía. No sabiendo qué hacer le propinó un tortazo a Victor quien a su vez ya tenía bastante con el aplastamiento del croissant. Mademoiselle dióle la espalda para siempre.

Más tarde, en la penumbra de su estudio él se dijo: Esto me pasa por sustraer croissants impunemente y querer flirtear con cuanta Mademoiselle se cruza en mi camino. Como contaba con altas virtudes morales y literarias, a modo de mea culpa y para exprimer la moraleja del asunto, se propuso escribir “Les Miserables” donde se relata cómo Jean Valjean robó un cacho de pan y se habla de las vicisitudes que de ahí en más debió atravesar. Por supuesto que para dar dramatismo a la historia, Victor Hugo creó un Jean Valjean pobre y valeroso que no robó por gula y/o avaricia sino porque se moría de hambre.

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