lunes, mayo 10

El estigma del deseo insatisfecho o La bolsa por la que se da la vida

Justo adelante: una cartera Louis Vuitton. Qué raro, en esta línea y a estas horas. La Louis Vuitton no debe ser genuina, a juzgar por el tapado desvaído que le hace de socio o por la falta de glamour y las ojeras de quien –frente a mi asiento– la sujeta con fiereza. Tanto lío por una carterita de morondanga: seguramente es una burda imitación.

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No, no, querida, no soy falsa: por mí muchos billetes se han pagado, unos cuantos alardeos pretensiosos y otras tantas fantasías. Desde el escaparate yo escuchaba siempre ese continuo martilleo: Louis Vuitton, yo te deseo porque al poseerte también seré deseada como ahora lo eres tú. Y así, cuando te tenga, violaré con dedos ávidos tus cierres, cerrojitos y bolsillos: una y otra vez en busca del labial de color rojo, del espejo que me invente esa belleza que no tengo. Así querrán los hombres poseerme, las mujeres envidiarme, mi adorada Louis Vuitton.

¿Ves querida? soy auténtica porque –aun cuando yo misma haya nacido en Korea– ustedes, las mujeres me legitimizan con su tonta devoción de American Express; en mí depositan no sólo polvos y pinceles y pañuelos: yo guardo las pulsiones del más recóndito de sus orificios. Soy la esquina donde se oculta el abatimiento de las hormonas, donde el bonsái de lo esencial se lleva a cabo porque yo soy lo esencial. Soy tu cartera Louis Vuitton, y sólo tuya. Soy tu mariposa de cereza, tu alma de colores, tu arco iris. Y conmigo, tú ya no eres tú: eres mi portadora (y sólo eso) aunque te creas una fémina de oro y brillos varios, aunque te sientas sexy y codiciada como la estatuita de un Rolls Royce.


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Louis Vouitton me observa desde la asfixia que le imprimen las manos de su dueña. Qué extraño. Yo nunca quise una, porque a mí Louis Vuitton me chupa el huevo que no tengo. Y sin embargo... Recuerdo aquella tarde en Piazza Spagna, sorbiendo despacito la pajita de la coca, sentada en el Mc Donald’s (nadie es perfecto, excepto, al parecer las poseedoras de las famosas LV); o caminando sin rumbo por los Champs Elysées, alienada con tanta ajena elegancia... Sin embargo alguna vez he dicho “Japonesa hija de puta, mirá todas las carteras de Louis Vuitton que se compró y yo, ni para la etiqueta de una billetera”.

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