domingo, abril 4

No es hoy para mí día de calma:
Necesito acabar con la memoria,
Necesito petrificar el alma,
Necesito recomenzar mi historia

Anna Ajmátova – La sentencia


Hoy es lunes y Camila sale de casa, buen día, hasta luego, chau chau. Sus ojos saben sin haber mirado que la vidriera del negocio de la esquina sigue ahí, donde siempre, donde estuvo todos los días del mes con la misma obstinación inútil de lo cotidiano. Pero a Camila no le interesa tanto la vidriera como lo que en ella se exhibe y, en particular, el jueguito de café color celeste cuandocobremelocompro. Sí, cuando cobre me lo compro y festejamos tu regreso alguna tarde: te preparo un café batido espolvoreado con canela voladora y perfumada. Cuando cobre, cuando salgas, cuando vuelvas. Camila pasa apurada, de reojo otea el azul celeste de las tazas altas, no necesita más que ese manchón de color cielo que en el desorden de miles de objetos sobresale apenas perceptible. Un iceberg de cerámica pintada, ahí está el juego que nadie se lleva, el mes que viene sí, y Camila sigue rumbo al subte que seguro se le escapa. Llega tarde.

Hoy es martes, qué lindo es ese juego, lástima que sea un poco caro. Camila se espía en el vidrio y piensa que tendría que cortarse el pelo; ya no aguanta llevarlo hecho un ovillo que a cada instante se le desparrama por la espalda. Camila tiene instalada en su nuca una madeja que haría las delicias del gato de Chesire. Pero no va a deshacerse de ella, Camila cumple sus promesas, no me corto el pelo hasta que vuelvas, prometió el día en que se enteró de la noticia, no me lo corto hasta que llegue el día de la resolución definitiva. Y ahora falta poco para eso. Camila puede aguantar un tiempo más con el pelo desmadrado. (Y quién te dijo a vos Camila que va a ser lo que esperás. Es que no puede ser lo que no espero. Me resisto. No lo creo) Ah, ese pelo es un desastre, Camila ¿cuándo vas a aprender a ser un poco más mujer?. Podría ir mañana a la peluquería pero, no, no tengo un mango y quiero las tacitas y la azucarera. Pago el alquiler, la luz, gas el teléfono y me queda. Nada. Le debo plata a medio mundo. Qué me importa, cuando cobre.

Hoy es miércoles y llueve sobre la vidriera. ¿Y el jueguito?. El jueguito es eso que vos considerabas divertido hasta que dejó de serlo y entonces... entonces me acuerdo que cuando te dije lo que realmente me pasaba con vos ya no te hizo tanta gracia que sonriera todo el tiempo, que mis manos te insinuaran su malicia una y otra vez. Cada gesto encierra su significado y vos no lo veías, no querías, no podías, pero yo te lo perdono. Yo te espero. Yo siempre voy a esperarte. ¿Y el jueguito? ¿Dónde está el jueguito de café? Chau capuchino a la italiana con canela. Pero no, Camila no, está ahí en aquél rincón, no ves que entraron cosas nuevas, platos, vasos, copas, cacerolas. Qué susto, pensé que ya no estaba. Camila entra y pregunta si por favor podrían reservárselo hasta el lunes que viene, que ese día ella cobra y que vendría a buscarlo por la tarde, si no es mucha molestia. ¿No tenés para dejármelo señado? No, no tengo nada y la verdad que... Esta bien, no te preocupes que yo te lo reservo pero no te olvides de venir a buscarlo. Gracias. Chau. Paraguas en mano y piloto Camila camina en la calle y se moja. Baldosa de mierda. Algún día.

Hoy es jueves, Camila se olvida de las tazas de café, se olvida del pelo, se olvida de todo lo que no interesa recordar. Anoche le avisaron que el lunes, el lunes se termina todo, el lunes vamos a saberlo (yo ya lo sé ahora: nunca más este extrañarte tanto). Hoy es jueves y Camila se olvida también la billetera. Es uno de esos días en que siente que no es ella la que sale de su casa, que no es ella quien camina, quien espera en su continuo movimiento, que no es ella la que frente a la ventanilla del subte dice: deme uno puta dondestá mi billetera, vueltacasa. ¿Camila cómo podes ser tan, pero tan increíblemente distraída?

Hoy es viernes. Camila da llave a la puerta. Llama al ascensor y aguarda. Buenos días. Buenos días. ¿Te molesta el perro querida? No, miente. El perro la mira. El hombre la mira. Tiene olor a Heno de Pravia ¿o es a naftalina? y el pelo tan liso que a Camila se le antoja que el tipo lleva adherido un autoadhesivo insuficiente para cubrirle del todo la cabeza. Qué ridículo, piensa. Con cada piso que descienden las paredes del ascensor -ahora devenido en celda o cámara mortuoria- se contraen, la intimidan y Camila se imagina a sí misma en dos dimensiones: pegada su falda al hocico del perro que no deja de olisquearla, pegado su rostro al del hombre que no deja de observarla, pegadas entre sí tantas otras cosas indecibles que.. qué asco, que termine, que termine todo. Tres, dos, uno. Planta baja. Buenos días. Buenos días. ¡Por fin! La calle se parece al paraíso y Camila (tridimensional de nuevo) sale apurada. Ahí está el negocio, ahí la vidriera y sus secretos y en un rincón, las tacitas que rodean a la azucarera como en la celebración de algún incomprensible rito tribal. Cuando cobre me lo compro. Y vas a poder venir a casa y te preparo todos los cafés batidos que quieras, con canela, sí, también con crema. No es tanto lo que tengo que esperar. No es tanto ni tan poco.

Hoy es sábado, y los sábados no tiene Camila mejor amiga que su cama. Su cama blanda en la que se hunde interminable, contradiciendo a la ansiedad que le pasa la lengua ríspida y húmeda por la cara y por el corazón. Camila se queda ahí en la cama un poco estrecha para dos y tan espantosamente grande que parece que nunca terminara de llenarse con su desesperación. Falta poco para el lunes. Falta tiempo, falta espacio. Faltás vos.

Hoy es domingo, Camila no está en casa: es día de visitas. Con suerte (y qué es la suerte sino el amontonamiento continuo de malentendidos y de absurdos superpuestos) esta va a ser una de las últimas visitas, sabés, ya no voy a tener que venir a verte acá. Hoy es domingo y Camila no está en casa. Puede dejar su mensaje después de la señal.

Hoy es martes. Camila sale de su casa y cuando pasa por la puerta del negocio alguien le dice: el jueguito lo vendimos, como no viniste a buscarlo pensamos que no lo querías, una lástima, pero sabés, trajimos mercadería nueva, unas tacitas que son una belleza... No importa, dice Camila. Seguro no querés pasar a verlos, no, no importa, gracias. Si total, a quién va a invitar Camila, el frasquito de canela hace rato que está vacío: desde mucho antes de que se le acabaran las ganas de tener esperanza. Total para qué seguir soñando con el romance del café y de la canela perfumada, con la posibilidad de una sonrisa tuya extramuros, con mi abrazo como tu única prisión y no esto otro que no entiendo y que no desaparece, pero ya vas a volver, tiene que ser así, vas a volver y todo va a ser como antes. ¿Estás segura de que no querés pasar a ver ninguno? Hay uno de color azul que es una preciosura. No, no te preocupes, me tengo que ir. Llego tarde al trabajo.


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