jueves, abril 29

De cómo se hace lo que se puede, en todos los aspectos de la vida, en todas las épocas del mundo.

En una fría tarde que intuir
permite de las flores
el perfume tierno,
Adam el trovador
las cuerdas del laúd pellizca
dulcemente.
La primavera ha de arribarle pronto
y ya en su corazón batiente
mariposas
de colores aletean.

Cerca el cromorno
y la bombarda suenan
-de femenino aire
henchidas sus entrañas-:
con sus mujeres ha formado Adam un trío:
ellas los vientos
él la voz cantante
de hazañas
por errantes caballeros realizadas.

Brioso Adam continúa su laúd rasgando
hasta que
¡pang!
una cuerda en dos mitades
se desdobla
dejándole los dedos de silencio
atiborrados.

Veloz como una estrella que del cielo
precipita su presencia,
por los cabellos Adam a su esposa
Dorotea toma
y le arranca sin piedad
cobrizas hebras
que al laúd
han de sumir su triste albur.

Cual zanahoria hervida en aguas claras
la nueva cuerda brilla
desde el puente al clavijero.

“La próxima soy yo” gime Eduarda la rubia
“Siempre es lo mismo” se queja Dorotea
en resoplando del cromorno
el agujero.

Cual soga de la ropa vibra tensa
la nueva y larga cuerda
en toda su extensión dorada
mientras que las mujeres
plañideras
se lamentan
y acompañan.

Y tanto llanto causa encuentra en que el trovero Adam
extirpa cada vez que lo precisa
de sus féminas
los hilos
con que arrulla
el hueco vientre del laúd
sin sopesar ni aún
por un instante
el feo daño que provoca en su salud.

(En la salud de Eduarda
y en la de Dorotea,
se entiende)

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