Querido amigo,
Le escribo para despedirme. No, por favor no se lo tome a mal. Lo que hemos compartido en todo este tiempo no se me olvidará jamás -si es jamás una palabra que merezca ser pronunciada-. Conversaciones como las nuestras no se diluyen fácilmente en la memoria. Sé que tal vez mi decisión le parecerá extraña: no llevo una existencia atribulada es verdad; no obstante este transcurrir sin rumbo fijo se vuelve por momentos tedioso. No puedo soportarlo. Cuando es tiempo lo que sobra usted sabe bien que el espíritu puede perderse en tenebrosos laberintos. Imagino la expresión de su rostro al leer esas dos últimas palabras. Nada hay de tenebroso ni de laberíntico en nuestras actividades, de eso estoy seguro. Hasta nos hemos divertido en grande escupiendo sobre las cabezas de tantos inocentes mientras discutíamos sobre las complicaciones del libre albedrío, lo tangible de la sustancia o la sustancia de lo tangible y otros tantos interesantísimos temas. Pero hay humillaciones que ya no puedo resistir, como tener que reírme de los chistes del Jefe cuando no me hacen gracia alguna. Y esa es tan sólo otra de las tantas razones por las que he decidido acabar con esta anodina forma de existencia.
Así que le digo adiós, querido Ángel. Sé que no peco de vanidoso si me permito pensar que Ud me echará de menos. Pecar: ese es ciertamente otro término que le resultará insólito, pero debo ir acostumbrándome a su uso para que mi decisión resulte menos dolorosa.
Sepa que yo también lo extrañaré a Ud. (aunque ahora que lo pienso, habrá que ver si me es dado el recuerdo en el reino hacia donde parto). No tendremos tiempo de vernos, lamentablemente. Ni de decirnos adiós. El próximo rápido a la Tierra sale en sólo cinco minutos.
Hasta siempre,
El Querubín de la nube 38.
PD: Bah, no es para tanto. Quién le dice que en una de esas me aburro y en quince días estoy de vuelta.
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