Del instinto asesino que el embarazo despierta en algunas mujeres
No sé por qué me asaltó
(ahora)
el deseo voluptuoso
de afilar mi cuchilla alemana
de acero inoxidable regalo
de bodas
de quién sabe quién,
afilarla, decía,
hasta que chispas salten ominosas
a causa del contacto con la chaira
(imagen recurrente),
para luego
-con mi estilete levantisco en mano
y al acecho- tomar el ají
doranaranjado
que compré ayer o el día antes
y deshacerlo en
miles de tiritas perfumadas
contra la tabla de madera silenciosa,
y así lo mismo hacer
con el morrón ruborizado eternamente,
el ají verde
y la cebolla lacrimosa;
qué estúpidas ganas
de fenecerlos despacito a todos en
aceite hirviendo
hasta que pierdan de su cuerpo
aquello que de forma les quedaba
(la forma
pero no la esencia
que al contacto
con la lengua
clamará
por su escondida
identidad:
aún soy un morrón,
soy un ají
o una cebolla).
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