lunes, diciembre 1

Escribir Denserio. Al otro día

Luego de cruzar la cebra peatonal, Denserio López siguió caminando por la vereda no sólo porque así lo indicaban las buenas costumbres sino porque algo parecido al instinto de supervivencia le anunciaba que hacerlo (caminar, se entiende) por el pavimento de la Avenida de Mayo a esas horas podría costarle la vida, que aunque no se le presentaba provechosa ni saludable, era su vida al fin y, qué carajo, no era cuestión de andar obsequiando costillas a las ruedas de los colectivos que por allí pasaban. Denserio marchaba despacioso, la cabeza gacha, la mente conturbada por algún impropio pensamiento, cuando le salió al paso un micrófono detrás del cual venía adosada una señorita de avirulanados cabellos que vociferaba algo así como usted-que-ver-tiene-qué-asesinato-opinión-rubia-le-parece.

Así como el caminar por la vereda constituía una manera de defenderse contra los peligros que la vida pudiera depararle, Denserio tenía por regla jamás contestar las preguntas de ningún micrófono con señorita que de manera inesperada lo conminara a responder algo que pudiera comprometerlo. Porque ¿por qué debía él servir de comidilla a los medios? Por supuesto que ésta era la primera vez que se encontraba en circunstancias semejantes ¿qué mejor oportunidad para poner en práctica su estrategia?

De modo que al repetir la señorita el interrogatorio rubia-motivos-prostitución-?-drogas-cree-usted mientras el micrófono se sacudía amenazante, Denserio López, fiel a sus convicciones, dijo: “Preferiría no hacerlo” y se marchó de ahí sin agregar una sola palabra. El micrófono y la señorita continuaron la pesquisa con la esperanza de que algún transeúnte desprevenido les proporcionara las declaraciones que necesitaban para cubrir la nota.

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