All had to be deprecated and concealed under the phrase “talking nonsense”, because, in effect, he had not done the thing he might have done. It was a disguise; it was the refuge of a man afraid to own his own feelings, who could not say, This is what I like – This is what I am.
¿Se puede mandar cartitas? Sí, se puede, pero que sean cariñosas, intimistas, que sean como esa correspondencia que nunca te enviaron y que imaginaste escribir durante tanto tiempo para otros, y digo imaginaste porque no eran más que para vos que la escribías, gatita mimosona –estúpido–. Se puede mandar cartitas para las cuales te inventes un interlocutor que las espere ávido, que las reciba como quien recibe la noticia de su liberación o su condena. ¿Y vale mentir? Y claro que vale, tontita, qué sería de este juego si no estuviera permitida la invención. ¿A cuántas voces? Dos, tres, cuatro, las que quieras, polifónica es la vida, a qué quedarse sólo con la homofonía simple de una sola voz. Se puede decir malas palabras, se puede reclamar caricias, se puede enojarse un poquito para después reconciliarse otro poquito. ¿También? También. Y si llueve, se puede llenar una botellita con las gotas resbalosas y guardarla de recuerdo o salpicar las cartas a la manera de una lágrima que se escapa indisciplinada y molesta. Pero entonces preferiría el llanto y no su fabulación. Ah no, es que llorar no se puede: hay manifestaciones que conviene evitar por falta de recursos, o de practicidad. Resulta incómodo y tedioso andar secando lagrimones. Mejor es mandar cartitas, en papeles de colores y colores de papeles y si no es a uno, que sea a muchos destinatarios desconocidos que jamás las lean. Mejor es dejar un manchón de tinta en un papel, el testimonio de una presencia o la propagación extemporánea de.
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