Le gusta
pararse paralela
al vidrio-ventanal
apoyar la punta de los dedos
presionar apenas
--y sentir--
después
pegar las palmas
indelebles
imaginando que:
el vidrio es blando
es tierno
como
su propia carne y que no bien
empuje
un
poco
va a fundirse con su forma
(eso la inquieta
la perturba
la deleita)
Le gusta
el silencio
giratorio que encierra la ciudad tras el cristal,
permanecer inmóvil
acercar el lóbulo
el cartílago
escuchar las vibraciones de la calle
los motores
el gemir del viento
ronronéandole la piel.
Le gusta
la cadencia de la tarde
la ventana que ahora la refleja
el instante solitario
en que
desaparece
el monstruo
y el asedio
abrumador
infinitisonante.
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