De la ilusión que los números densos provocan o "El día que Aquiles por fin pudo alcanzar a la Tortuga"
Dedicado a todas aquellas personas que gustan del pensar en tanto pensar y gastan la clepsidra en la elucidación de cuestiones intrascendentes o no tanto.
"Hoy sí, hoy sí" se dijo Aquiles el de los pies ligeros al despertarse una mañana de primavera en la (antigua) Grecia. De pie con la mirada perdida en algún aléfico punto del Mediterráneo azul como una aguamarina --admito, es estúpido decir que el mediterráneo es azul como una aguamarina dado que a la aguamarina se la llama así porque se parece al mar, pero, qué importa--. Entonces, miraba Aquiles hacia el Mediterráneo mientras sus piernas estiraba y doblaba en elásticas flexiones sucesivas. De esta suerte preparábase para la tan temida contienda contra la tortuga, a quien llamaremos, por hoy, Casiopea (para los amigos, Casio).
Casio se asoleaba en la arena seductora. Burlábase, impiadosa, del estúpido de Aquiles. “No te gastés, chabón, no me vas a ganar jamás” repetía entre sorbo y sorbo del daiquiri de frutilla que tomaba como desayuno. Aquiles, sin embargo, desoía sus palabras porque a mí la densidad de los números me importa un rábano. Abogo por el salto discreto. Preparate Casio, que hoy te rompo el...
La idea quedó impensada porque ya estaba Zenón --de bermudas y gorrito-- con un grupo de eleáticos y unos cuantos curiosos dispuesto a demostrar por enésima vez su famosa aporía.
Casiopea, ufana tortuguita infinitimarchante, se levantó repartiendo sonrisas a diestra y siniestra con la gracia de quien conoce las delicias de la fama y sabe como alimentarlas. Aquiles la siguió indiferente. Se acomodaron como siempre: dejando la ventaja estipulada por Zenón para Casio. Cuando éste disparó los correspondientes tres tiros Aquiles masculló entre dientes “Esta vez nada de subdivisiones, nada de infinitésimos. Esta vez gano yo” y se mandó. Y en tres zancadas llegó a la meta. “Gané, carajo! Gané” Aullaba de felicidad. “Ya estaba harto de tus juegos Zenón, nunca más me van a hacer quedar como un”
La multitud comenzó a silbar a Zenón, que ese mismo día se suicidó y desde entonces pasa sus horas en el primer círculo del infierno discutiendo con Parménides y Hamlet sobre la cuestión del ser, sin llegar jamás a conclusión alguna.
A Aquiles lo llevaron en andas por la playa y festejó su triunfo con pitos y matracas que aportaron las alegres detractoras de Zenón. Vivió feliz hasta que jugando al fútbol alguien le pateó el talón: su cuerpo volatilizóse de manera instantánea.
La única sobreviviente fue Casio, que quedó atrás, calculando el límite de la hipérbola equilátera cuando equis tiende a cero. Le parecía que era infinito pero no estaba segura. Todavía no ha podido resolverlo.
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