Cuando fui a california una chica me encontré, como no tenía nombre Susanita la llamé
A Susana las cosas no le pasan. O mejor dicho, le pasan, sí, por al lado o por detrás, nunca por encima o a través: la eluden. Los hechos se gestan a su paso, toman forma a su alrededor sin que ella realmente llegue a tener arte ni parte. Susana no es como su marido, a quien la música de Wagner, por ejemplo, le centrifuga los sentidos, le avasalla el alma: la música lo aplasta. Juan Carlos sí que es un tipo sensible, el sí que sabe de los vericuetos del arte, de lo recóndito de las pasiones. Pero Susie, como él la llama cuando se permite un tropezón de afectuosidad conyugal, Susie es otro cantar. Ella presencia silenciosa, acompaña, la música no le va ni le viene. Tal vez le va, o se le va un poco. ¿La gala de anoche? Sí, magnífica, pero si alguien quisiera saber qué connotaciones adquiere esa palabra en los labios de Susana, se encontraría en presencia de un misterio inextricable. La función estuvo magnífica y no le pidan nada más. Los olmos no dan peras, según tengo entendido.
Con Susana ni siquiera es como con Manuelita que se aburre hasta lo insoportable cada vez que la arrastran al teatro a ver esas torturas musicales que le gustan a papá. Para Susana asistir a la gala es parte de la escenografía de lo cotidiano. Tómalo o déjalo. Tómalo, como el té servido en las tacitas de Limoges, como la sucesión interminable de cubiertos Christofle en sus ataúdes de terciopelo azul, como la partida de bridge del sábado a las cuatro, como la pastilla para el insomnio. Tómalo. Una pena que con sus hijas la cosa sea parecida. Las adora, por supuesto, el instinto es el instinto. Aunque en su caso el instinto se parece a una roldana perdida en el todo que la forma y del que ella no es parte. Qué se le va a hacer, algunos viven la vida haciendo de extra. Juan Carlos no. Juan Carlos está para el Oscar.
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