Trenes rigurosamente vigilados
¿Por qué es tan mesmerizante mirar trenes? Se preguntó y ensayó a modo de inexacta respuesta: el golpeteo de las ruedas contra los durmientes, la aparición despótica y casi siempre bienvenida del tren que llega, el aura de presencias en continua fuga que deja el que se va. ¿Por qué abandonar mis pasos en la vía me llena de ansiedad? ¿Por qué me viene el ruido de huesos demolidos, de llantos, de gritos? ¿Por qué se cuela el miedo entre las piedras?
Cielo, vías como agua congelada, vagones llenándose del vacío del tiempo. Graffiti. Me agrada lo que veo. ¿Cómo puede ser? No sé. No entiendo. Es que me gusta este verde paisaje suburbano de noches de dealers, de horrores impensables sucediéndose como trenes que pasan y yo que ya no estoy porque el tiempo me llevó a otra parte. Vos estás loco. Tal vez. Cuando era chico, desde la casa de mi abuela se escuchaban los truenos de una locomotora a vapor, corríamos a verla, saludábamos, cada vez como si se tratara de la última. Y hubo una última, aunque no recuerdo cuál.
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