Paréntesis. Siete de la mañana. Hoy --después de unos cuantos años de haber mantenido mi curiosidad a raya-- lo hice. Sí. Me atreví y lo hice violando en un instante todas las reglas autoimpuestas tan amorosamente durante el jugoso acontecer de mi vida como lectora. Agarré ávida (agarré de garra) el tomo tres de tres, editado en rústica con letras como hormigas (coloradas), traducción del Dr Madrus al francés y de no se quién al español, y leí, sin más miramientos, qué carajo hace Scheherazada en la noche 1001 y qué es lo que ocurre luego. “Ah!” me dije. “De eso se trataba. Tanto derrochar noches de insomnio para esto” Está claro que nadie puede exigirme que lo repita. La anécdota estriba, después de todo, en la trasgresión a la máxima “Nunca leer primero el final”. Fin de paréntesis.
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