El primero te lo dan
El Gusano, tranquilo, arma uno. Canchero lo arma, eficiente: nada se le cae y la seda mimosa y translúcida deja a sus dedos hacer (los dedos del Gusano son: dedos ateridos que no hoy tiemblan). Ágil, diligente, sabe. El Gusano sabe: nada se le escapa, ni una hojita de laurel, ni una pestaña. No como a ellas que si intentaran harían cagadas: ellas son torpes y no entienden de estas cosas. El Gusano arma, enciende y fuma y una de ellas pide: dame un poco. No: vos no fumaste nunca. ¿Y a vos que te importa? Dame un poco dale, Gusanito. No te doy. Que sí. Que un carajo. Pero. Algo hay porque el Gusano cede, canchero, lo pasa. Ella va y apura una eterna pitada salobre: hay humo en su cara, en su lengua ladina, la tonta. ¿Así que era esto nomás? Sí nena, no jodas, tenés que aprender a esperar. Ah. Claro. La otra, rebalsando whisky, se queja que quiere, que ella también quiere, que le den. No, dice el Gusano, vos estás borracha. La inunda el alcohol y se pone a llorar.
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