jueves, septiembre 11

Despertares monacales e hiperrealismo medieval

Bernardo se levantó pesadamente de una catrera dura como piedra de mortero e intentó abrir los ojos. Mientras su cuerpo dejaba escapar tibiezas que de a poco contaminarían el ya pesado aire de la celda se dijo: “Dios sea loado, otro nuevo día comienza”. Calzose las sandalias y salió al pasillo oscuro y todavía despoblado. El sayo rumoreaba plegarias que Bernardo, negligente, olvidaba decir. En la celda contigua el hermano Cesáreo tarareaba unos tristes despojos musicales.

Stabat mater dolorosa
juxta Crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius


"Es evidente que Cesáreo aún no ha superado la relación con su madre" especuló Bernardo en la vanguardia del pensamiento monacal de la época. "El día que admita que el celibato es para siempre aprenderá a resignarse y cambiará de cantinela"

Vidit suum dulcem natum
moriendo desolatum,
dum emisit spiritum


–Césareo, a ver si te cantas algo un poco más alegre, que la mañana está deliciosa como senos de muchacha virgen–. gritó con voz de vendaval provocando en Cesáreo una avalancha de histéricas persignaciones. "Bernardo es un hereje, impenitente hereje que nos mancha con sus vulgaridades".

Bernardo se encaminó hacia la cocina a preparar el desayuno para el resto de la congregación. Apuró un tazón de mistela a velocidad de avestruz en peligro: no fuera a ser que Cesáreo o Benito, sus ayudantes, lo descubrieran. Bernardo solía hacer caso omiso de las habladurías de los dos correveidiles, sin embargo ese día no tenía ganas de escuchar sus ascéticos discursos.

El desayuno en la abadía era simple: agua y pan de harina de grano grueso y en verano, frutas. Tan pronto Bernanrdo dio el último sorbo, emprendió su tarea diaria con regocijo. El Abad entró en ese momento y le dijo

–Bernardo, debo hablar contigo. Ahora.


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