De lo que hoy ella le habría dicho a él, si lo hubiera/hubiese visto, y si habiéndolo visto hubiera/hubiese anhelado poseerlo en tibio arranque de deseo femenino androginizado por las circunstancias
Mi querido David:
Esta mañana miré de reojo un diario que alguien blandía y ví, con horror y cierta envidia, que están por restaurarte. Legos reclaman que el método no es el mejor, que las compresas de papel japonés embebido en agua destilada rozando suavemente tus blancas superficies terminarán por arruinarte. ¡Si habré pasado yo por similares pesadillas!. Hoy lo único que ruego al cielo es que no te arrasen el culo, David. Si del fuerte sexo yo hubiera nacido: qué no habría hecho con tus nalgas. Siendo mujer, sólo he podido admirarlas en silente y codiciosa contemplación, muriendo por estirar el brazo y tocarte o hundirte los filosos dientes en los glúteos. Nada de eso pude hacer impedida como estaba por una barahúnda de flashes japoneses y otras mujeres que al igual que yo, soñaban con volverse hombres y robarte el culo. Es curioso que ningún impulso nos haya provocado el mármol que pende del rincón de tu entrepierna, en negación de la virilidad, como durmiendo.
Ah! Y también están tus manos, increíbles manos de gigante poderoso. Ojalá no las toquen, ojalá no las carcoman. Pero no puedo hablar ya de eso o destotro. El deber me llama ineluctable. Sonreir debo: ese es mi trabajo.
Te dejo ahora David, deseando que tus nalgas permanezcan níveas como alpinas cumbres y me dediques los dedos de tus manos, algún día, cuando muera y en el cielo de las obras de arte todo me sea concedido.
Adiós,
Mona
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