sábado, agosto 2

La vida es sueño

La puerta se abre, o la empujan de un golpe, con fastidio, hola, soy yo. Quién. Soy yo. (Estoy desnuda, Dios mío, vas a verme) Soy yo, vine a decirte algo. Qué. Vine a decirte que estoy enfermo. Cómo enfermo. Sida. ¿Sida? Sí. Desde 1997. ¿1997?. Qué tiene que ver la fecha, me pregunto. (Dios mío, estoy desnuda, cuándo fue la última vez que estuvimos juntos, 1997, 1998, cuándo, cuándo). Estoy enfermo. ¿Y yo? ¿Y mi familia? Sida. (No cáncer, no diabetes, SIDA). Cómo no me lo dijiste antes. Cómo. Cómo. Estoy enfermo. Cómo no te diste cuenta antes. No se declaraba. ¿Declaraba? Buenas tardes señor, vengo a hacer una declaración que, estoy seguro, será de su interés. Me he instalado en el delta de sus venas, permítame que me presente, mi nombre es Síndrome de Inmunodeficiencia… Basta querés. Basta. Entonces. Entonces qué. Entonces estamos todos envenenados (el agua corrió siempre sin descanso, impetuosa, sin impedimentos, no era eso lo que te llenaba en el momento de vaciarte ahí, en el rincón dónde todo debe ser creado). No sé qué decirte. ¿Dónde estamos? Tengo miedo. Miedo. Tengo. Miedo. ¿Y qué fue de la adolescente de Bangkok? ¿De la sonrisa en el vientre ansioso, de los labios entreabiertos, de las manos? No lo sé. Sí lo sabés. Los dólares robados al Sultán, viajes, palabras. No te cuidaste. Sí. No: te dejaste, y ahora tenés la sangre envenenada, corrupta, devastada y torrentosa, seguramente muerta; y yo también debo estar desintegrándome, por Dios, qué está pasando (estoy desnuda). Vos querés suicidarme con tu propia enfermedad, vos me obligás a que no olvide, a que pregunte, qué, cómo, cuándo, qué me pasa. Yo nada más estoy enfermo. Quién te abrió la puerta. Él. Y ahora como le explico, cómo le digo, que vos… que él, que todos. Y ahora. ¿Ahora qué? Se terminó. Se terminó. ¿Hay que morir? No morir de inexistencia, eso no. Entonces qué. Morir al sueño.

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