La saga del Kiosquero. Parte II.
Esta mañana le dije a Snorri (yo envuelta en ponchos y chales y gorrito de lana por el frío; él, en musculosa y ojotas tomando su cerveza matinal por el calor)
–Mi vida es aburrida.
–¿Qué te preocupa?
–Hay una turbina a gas que está guardada en el depósito. La gente de la empresa tiene que hacer negocios con ella, para apropiarse de los beneficios económicos que genera. Y yo, me guste o no, soy parte de la empresa. No soy más que una simple empleada. Callo y acepto.
–Llevate unas kenningar piba–. Respondió con su laconismo habitual.
Indulgente y austero, Snorri me dio el paquetito amarillo que ocultaba las siguientes piezas de colección:
Fervor potencial y volátil: turbina a gas
Antro del olvido: el depósito
Infierno prostibular: la empresa
Pactos deshonestos: negocios
Mujer entregadora de escondrijos intersticiales por sumas fijas: empleada
Influjos acaramelados: beneficios económicos
Como por arte de magia transformóse en:
Hay un fervor potencial y volátil que está guardado en el antro del olvido. La gente del infierno prostibular tiene que hacer pactos deshonestos con él, para apropiarse de los influjos acaramelados que genera. Y yo, me guste o no, soy parte del infierno prostibular. Soy una simple mujer entregadora de escondrijos intersticiales por sumas fijas. Callo y acepto.
La verdad, lo que quedó no es muy alegre y tampoco me solucionó las cosas. Pero por lo menos me las hizo más poéticas. Hasta dulzonas. Por eso lo quiero tanto a Snorri. Qué sería de la vida sin una mísera kenning para dosificar la opacidad de las turbinas a gas.
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