lunes, agosto 4

Humo

Hay niebla. Oigo voces. Sabés que hice un tratamiento bárbaro. Sí, se nota, ¿en qué consiste? Te envuelven completamente en unas sábanas blancas. ¿Onda Tutan Kamon? Sí, después te meten en una especie de lavarropas que vibra y vibra y vibra y quedás como si hubieras estado... Sí entiendo, ¿y? Y después salís con diez quilos menos. Qué bárbaro, veo que quedaste igualita a Catherine Fullop. ¿Viste? ¿No estoy hecha una diosa? Yo voy a ir también, quiero que me dejen hecha una reina, diosa no me interesa. Eso sí, hay que hacer dieta de escarola todas las semanas, ponerse tetas nuevas y depilarse el bigote sin falta. Pero con tal de atraer hombres (¿?) cualquier cosa.

Hay niebla. Oigo voces. Yo quiero que te conviertas en terrateniente así me invitás al casco de tu estancia en Ayacucho. Me armás la biblioteca junto al hogar y ahí nomás me instalo. También voy a inspirarme arreando vacas montada en algún rosillo amigable que me pongas a disposición. ¡Vaca, vaca, vaaaaaaaaca! Gritaré con entusiasmo. Y si después de todo eso no me sale el Martín Fierro, por lo menos podré experimentar la soledad infinita de la pampa, oiré el chillido espinoso del chajá, bailaré una chacarera y cuantas otras flokloricidades por el estilo.

Hay niebla. Oigo voces.¿Te corto así, o así? Así. Ah bueno.

Hay niebla. Oigo voces. Vámonos, por favor, vámonos ya. ¿Qué son esas esferas transparentes que caen del cielo? ¿Qué es esa precipitación de globos incestuosos? Cuando explotan se deshacen en calor, incandescentes. Hay que volar nomás. Hay que escapar. Si no, vivir.

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