Gutenberg o la obliteración y aniquilamiento de la escritura cuneiforme
–¿Discúlpeme usted que estudia?
–Filosofía, ¿y usted?
–¿Yo qué?
–Usted qué estudia.
–Yo letras.
–Ah, claro, la literatura, la magia de las palabras, los grandes escritores, me imagino.
–No precisamente. Lo que yo estudio es algo de carácter originario. Genético, si se quiere.
–¿Entonces?
–Entonces qué.
–Qué estudia
–Estudio las costumbres sexuales.
–¿Pero no me dijo que estudiaba letras?
–Sí, letras. Y además, estudio las costumbres sexuales.
–¿Las costumbres sexuales de quién?
–De las letras, hombre. Por ejemplo. Letras como “j” o “l” parecen ser extremadamente libertinas, cada dos por tres quedan embarazadas y se convierten en “p” o “b”. Claro, que hay otras que emplean todas sus energías en tratar de hilvanarse al resto, como la o la “t” o la “f”. O están las asexuadas, como la “z”. También he hallado letras que están siempre dispuestas a recibir lo que otras tengan para ofrecer, por usar un eufemismo. La “o” es el caso paradigmático.
–Claro, claro, puedo imaginar semejante actitud.
–Encontré también extrañas patologías, como las “n” siamesas.
–¿Las “n” siamesas?
–Sí, lo que conocemos como letra “m” es un curioso fenómeno de mutación grafológica. Nacen de “h” y en algunos casos quedan juntas y en otros son separadas mediante intervención quirúrgica.
–Suena terrible.
–Terrible no, espantoso.
–¿Y qué piensa hacer con todos sus descubrimientos?
–Estoy escribiendo un libro que se llama “Demografía del alfabeto o de cómo la reproducción indiscriminada de las letras deviene en palabras y degenera en literatura”
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