lunes, agosto 11

Duravit

Esa chica es una luz. Sí: es realmente única, brillante. Por eso llama tanto la atención. Por eso nadie puede dejar de mirarla con encandilamiento y admiración mal disimulada porque, admitámoslo, esa chica es algo increíble y cuando alguien es así como ella, los demás la envidian o la quieren usar. Pero las cosas son como son aunque a ella no le guste demasiado admitir que ella es una luz. Y se enoja porque odia que en navidad la pongan al lado del arbolito; o que en los cumpleaños la tengan que esconder bajo la mesa cuando apagan las luces (es que ella nunca se apaga); o que cada vez que a su papá se le queda el auto en la ruta la usen de valisa, justo a ella que le da tanto miedo el rugido de los motores pasándole cerca, demasiado cerca.

A veces ella se consuela pensando que ese destino de faro trashumante que le tocó vivir es algo especial, que no todos los chicos pueden lucir los destellos plateados que le nacen cada vez que se ríe, y que ninguna de sus amigas tiene una cama como la de ella, con baldaquín: cama de princesa, le dijeron sus padres –en realidad se la hicieron porque de noche sus hermanos no podían dormir: ella nunca se apaga–. Yo soy especial, se decía, por eso los demás me miran extrañados.

Sin embargo, cuando se corta la luz, le vuelve la bronca porque no quiere quedarse parada ahí sobre la mesa iluminando todo como una Osram de 70 watts con polleras. No le gusta. Algún día voy a entrar en cortocircuito y ahí van a ver, lo voy a hacer justo cuando a Edesur se le queme un cable, cuando explote una estación. Van a tener que prender velas o salir corriendo a comprar pilas para la linterna, porque el día que yo entre en cortocircuito, no me prendo más.

Su promesa no se cumple: el tiempo pasa y el cortocircuito jamás llega y la vida de luciérnaga intermitente continúa. Ahora que es mayor y es mujer y le urge el cuerpo los novios no le duran. Le piden que se apague aunque sea por un rato, que eso de hacerlo en medio de resplandores es intimidante, que mejor en la penumbra, que no me gusta que me mires cuando me desvanezco. Ella lo intenta y no puede. Ella es brillante y refulge en el instante efímero y cuando le llega el sosiego, titila. Pero eso sí, ella nunca se apaga.

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