miércoles, agosto 13

De amor a la sombra de la literatura

Yo tenía un novio que era bárbaro. Cuando yo le hablaba de cosas mundanas como una entrevista de trabajo, o una tarta de jamón y queso, o por ejemplo le preguntaba ¿te gusta mi vestido nuevo?, él, ahí sobre el pucho, como en un ataque de inspiración soltaba:

“Out! Out! Brief candle, life’s but a walking shadow, a poor player who struts and frets his hour upon the stage...”

Por supuesto que yo no sabía que era una parte de Macbeth, pero en silencio, lo admiraba y luego memorizaba para no ser menos.

Yo lo quería mucho a mi novio. Él me quería también y tenía una manera tan especial de comunicármelo. Me explicaba “Yo por vos lo que siento, es una profunda inclinación” Y yo, en silencio, me preguntaba si en verdad sentía algo por mí o lo que intentaba decir era que él era para mí lo que la recta tangente es a una hipérbola equilátera.

“No tontita, eso está en Sobre Héroes y Tumbas” “Ahhhh” Y yo corría a leer a Sábato para enterarme de qué personaje sentía inclinación por cuál otro y ver si eso era bueno o no.

Pero eso sí, cuando quería expresar algo bonito acerca de mí mandaba un “Shall I compare thee to a summer’s day...” que a mí me daba vuelta. Después no me hablaba en toda la semana. Pero ¿para qué? Si con Shakespeare como intermediario ya estaba todo dicho. Lo malo era cuando el personaje de Otelo se le subía a la cabeza y me perseguía por toda la ciudad para ver a cuántos hombres les daba la hora o les decía buenos días. Y si se enteraba que a alguno le había dirigido un simple “Hola” yo me convertía en la peor de las prostitutas de Dostoievsky, pero sin la parte del arrepentimiento.

Eso sí, nos queríamos mucho. Y nos ejercitábamos en las artes del amor como en las novelas de Henry Miller. Claro que él nunca en la vida leería a Henry Miller porque le parecería soez. O algo por el estilo. Henry Miller es el único escritor que puedo pasar, y si lo hubiera conocido, me habría enamorado de él. Aunque seguro que Henry no recitaría tan bien a Shakespeare como lo hacía mi novio, ni tampoco me pediría que le leyera a Borges para después reírse de mí cuando le preguntaba “¿Liminar? ¿Qué quiere decir liminar?”

Al final lo tuve que dejar a mi novio, porque, sinceramente, yo odio la literatura.

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