Zamudio, o la saga de un escritor en potencia
Una mañana, mientras se afeitaba el bigotito, Zamudio se dijo: quiero ser escritor. Y lo repitió en voz alta, convencido, deleitado ante la fuerza arrolladora de esa simple frase con la que acababa de autodeterminarse. Yo quiero ser escritor y voy a serlo. ¿O acaso para ser no hay que querer primero? De modo que Zamudio comenzó por abandonar la tarea que lo tenía ocupado. Un escritor no sólo debe tener bigote: una barba abundante y espiralada va a conferirme aires de pensador, la apariencia de alguien que se dedica a algo mucho más trascendente e importante que afeitarse los carrillos. Zamudio puso especial empeño en cuidar que los espirales de su barba crecieran fuertes pero como al descuido. Dos o tres años después de aquella iluminación matutina lucía una barba bella y abundosa, digna de admiración y objeto de numerosos comentarios femeninos.
Ya había logrado su primer objetivo: parecer pensante.
Luego, decidió que ya nunca más diría “Cae la noche” sino “La noche inmarcesible desciende hasta cubrir la ciudad con una fuliginosa chalina de estrellas” O por ejemplo, no preguntaría “¿Qué hora es?" Y en cambio lanzaría un “Podría usted referirme en qué compartimiento inasible han dispuesto situarse las impertérritas agujas de Cronos?” que, estaba seguro, dejaría pasmados a sus eventuales oyentes. Zamudio pasó largos meses elucubrando frases por el estilo que guardaba en los confines de su memoria. Todo sirve, se decía.
El siguiente paso era estudiar idiomas: se inscribió en un curso de finlandés para principiantes donde le enseñaron hermosas palabras como ajotie kiertää apilankukkaa, que luego intercalaría en sus conversaciones con otras en inglés y francés que aprendió mirando películas. Cuando hablara ahora ya no usaría “A propósito” sino “By the way” ni volvería a decir “Hasta luego” a su amada sino “Au revoir ma princesse”. Cuando quisiera desconcertar, pronunciaría un grave: “Kaikki kuluvat kohta pois”
Por último, Zamudio resolvió adquirir experiencias de vida. Comenzó por viajar a lugares lejanos y exóticos como Bora Bora o Calamuchita; mantuvo conversaciones con toda clase de gentes como un dorado cowboy de Montana o un oscuro lustrabotas de Turkmenistán; experimentó innumerables sensaciones como el Amor, la Piedad, la Ira, la Envidia, el Odio, el Dolor de Juanetes o de Hemorroides y otras muchas; por último, tuvo tantas vivencias sexuales como mujeres, hombres u animales, se cruzaron en su camino, todo lo cual le llevó interminables años de aprendizaje.
Hasta que un día Zamudio sintió, sí, ahora es el momento, ahora soy un verdadero escritor, he hecho todo lo necesario y también lo innecesario, he llenado de sentido cada momento de mi vida, ahora sí, ahora sí traduciré en historias lo que tanto tiempo me ha llevado aprender. Su mano febril tomó la pluma que lo esperaba silenciosa. Un torrente de emociones le golpeó el corazón impiadosamente. Murió a los noventa y tres años sin haber escrito una sola palabra.
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