lunes, julio 7

Suite para laúd, cítara y viento

Y como se sentía tan desamparada, decidió que para acompañarse se compraría una cítara donde ejecutaría dulces tonadas medievales. Visitó al viejo luthier de la comarca y le encargó un instrumento de madera de cerezo y cuerdas doradas, que acordaron pagaría en veinticuatro cuotas y media.

Una vez que la tuvo se instaló a la vera de un camino abandonado y comenzó a tocar, poniendo en ello todo el sentir de su corazón, los cinco dedos de la mano, y el agitado ritmo de su respiración. De esta suerte nacieron de las cuerdas de la cítara las más embriagadoras combinaciones de sonidos, y poco a poco, fue formándose un grupo de personas y animales a su alrededor. Admirados los hombres comentaban su música y callaban su belleza, porque... ¿quién dijo que las mujeres bellas no pueden sufrir de soledad? Las mujeres, inconfesablemente arrobadas por las melodías, envidiaban su vestido azul abismo y sus zapatos de algodón, porque... ésta de linda, lo único que tiene es la cítara. Los animales, no pensaban nada, porque no está en su naturaleza pensar nada, aunque sí podían disfrutar de su presencia. Tirábanle monedas y flores (los hombres) y algunos tirábanle cartas de amor que ella no leía por no abandonar su arte.

Así pasaron noches, amaneceres y siestas hasta que llegó el trovador del laúd, tocando una zarabanda en si bemol mayor. Sutil como una brisa de mar en calma se acercó a ella y la acompañó en el suave discurrir de la cítara. Se enamoraron enseguida, y tejiendo preludios, fugas y zambas tucumanas, vivieron tan felices como puede serlo una iguana al sol. Pagaron todas las cuotas adeudadas al luthier y tuvieron tres niños que tocaban la mandolina, y una hermosa niñita con los rizos como virulana de oro que era diestra con el trombón a vara.

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