jueves, julio 3

Ifigenia en Ramos Mejía
(Intento de tragedia griega en la provincia de Buenos Aires, sin diálogos ni yámbicos, pero siguiendo el orden de posibilidad, condición necesaria y verosimilitud indicado por Aristóteles)

Ifigenia salió de su casa esa mañana sin prestar atención alguna a las agujas de frío que le atravesaban las mejillas. Acababa de asesinar a su padre, Hiparión. Y lo había matado porque él la violaba secretamente bajo las sábanas de su lecho en el instante previo al advenimiento de la madrugada.

Ifigenia tomó el tren en la estación de Ituzaingó, sin importarle bien dónde bajaría luego, sin preguntarse si el destino continuaría siendo impiadoso para ella.

La madre de Ifigenia, Melpómene, sabía todo pero callaba como calla una ostra en el momento que la arena le penetra el blando corazón. Ese día, Melpómene encontró a Hiparión inerte en la habitación de su hija y ella misma murió de un ataque de apoplejía. Allí quedaron, uno sobre otro, como una montaña de ropa sucia a la que nadie desea lavar ya. Allí quedaron, sin que Ifigenia sospechara el trágico fin de su madre, y sin que el remordimiento se hiciera presente en su alma desdichada.

Ifigenia inició una nueva vida trabajando como encargada del guardarropa de Pinar de Rocha. Había encontrado finalmente la paz que su familia no había sabido darle y si no era feliz del todo, por lo menos había dejado parte de sus sufrimientos en Ituzaingó.

En una madrugada de habanos y whisky Criadores conoció a Héctor, de quien se enamoró perdidamente. Él la correspondió y se entregaron a la pasión hasta el hastío. Y hasta que se enteraron de que eran hermanos por parte de padre.

Ifigenia y Héctor decidieron quitarse la vida arrojándose juntos a la furia de un tren que pasaba por la estación de Ramos Mejía rumbo a la capital.

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