viernes, julio 11

En busca del tiempo perdido

Como andaba necesitando un poco de belleza, se fue a pasar la tarde al museo de arte de la ciudad. Allí se sentó un rato frente a una madonna desnuda con un chiquillo deforme colgándole de un pecho. No le pareció que ese fuera el tipo de belleza que su alma buscaba en esos días.

Luego se quedó escuchando un concierto de música de cámara; pero a su lado había un viejo que tosía, y adelante, una señora que masticaba caramelos de dulce de leche como si estuviera asesinando a alguien a quien se aborrece. Se molestó y se fue a un café (uno de los tradicionales, de los considerados patrimonio artístico de la ciudad) a leer por enésima vez a Proust. Se aburrió en menos de quince minutos. Pagó y salió.

En la calle, se cruzó con un muchacho de unos veinticinco años (ella tenía cuarenta). Le pidió fuego. Conversaron brevemente. Ella le rogó lo que jamás debería reclamarse a un desconocido. Lo tuvo hasta gritar de esa felicidad espantosa que embarga a las personas cuando se lanzan al vacío del sexo. Pero nada. Nada. Entonces decidió experimentar. Resolvió que no era belleza lo que andaba necesitando. Se dijo, con un dejo de resignación, que lo que quería era saber el verdadero significado de la palabra “nada”.

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