Chanel No. 5
Ella le cuenta a él que el otro día, frente a unas pinturas incomprensibles, un agudo olor a tierra seca le golpeó la nariz. Fuerte y amargo como las emanaciones de las cosas que en verano se dilatan al calor del sol. Él le explica que, años atrás, escribió sobre lo mismo. Roma, algún museo, o en la calle, un hombre observa a otro de quien se desprende el olor de la tierra como las hojas se desprenden de una rama en el otoño.
Y era invasivo el aroma, apabullante. Ella tuvo que darse vuelta y mirar a ese hombre y asociar la imagen de la persona con su olor y establecer una correspondencia, y volver a observar y a oler y a percibir lo imperceptible, suponer una personalidad a partir del exterior que se manifestaba deliberadamente, gritando: este cabello largo y lleno de nudos, estos pantalones manchados, este perfume de tierra seca y suciedad soy yo, y hoy los traje a pasear al museo, soy distinto, mírenme, huélanme, identifíquenme. Ella miró, olió, identificó y retomó su vagabundeo a lo largo de corredores y salas atestadas de gente.
Y él le pregunta que cómo es que ella es capaz de advertir lo insignificante, desde esa torre de marfil burgués en que su fantasía la tiene acomodada. Cómo es posible que haya notado a un hombre con olor a tierra en un lugar donde apenas se es consciente de los bordes del propio cuerpo.
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