viernes, junio 20

La mujer maravilla

Ella sabía que todos se enamoraban de ella apenas sus ojos se cruzaban con su presencia. Sucedía tanto con hombres como con mujeres: es que ella era irresistible, no podía remediarlo. Y por eso trataba de disimular, para no ser tan avasallante. Para no andar rompiendo corazones gratuitamente. Entonces cuando alguien le hablaba se reía a carcajadas o profería insultos que, creía, la harían lucir menos femenina. Se vestía de negro. Ignoraba la existencia del maquillaje o de la peluquería. No los necesitaba y además, si hubiera echado mano a esa clase de recursos, su magnetismo hubiera sido aún más catastrófico para la gente que la rodeaba, de eso estaba absolutamente convencida.

Si se tomaba un cafecito en la barra de un bar, era inevitable que el barman terminara regalándole un segundo pocillo y le preguntara si el anillo de su mano izquierda significaba “eso”. Sí, “eso”, y no daba más explicaciones, para no ilusionar al barman, ni tampoco ilusionarse ella. Qué lamentable, tan comestible que se la ve, con esos dientes a los que uno les pasaría la lengua como a un caramelo de ananá, estaría pensando el barman, no cabía duda.

Si se tomaba unas copas de vino en una reunión con amigos, era seguro que alguna de las chicas invitadas había de acercarse a ella más de lo que las convenciones prescriben. Ella no vería ningún inconveniente en eso: ser cortejada por una de su mismo sexo le atizaba el morbo. Pero eso sí, a no alimentar esperanzas, no quería que la otra se sintiera utilizada. Por lo tanto la conversación terminaba abruptamente, con un silencio de precipicio de esos en los que nadie se atreve a dar un solo paso más.

Ella era maravillosa, hermosa, inteligentísima. Y ese era su principal problema. Por eso estaba tan sola, porque no quería sentirse culpable de andar rompiéndole el corazón a todo el mundo.

0 Comments:

Publicar un comentario

<< Home