El exilio y el reino
Ya estoy harta de los que se van a vivir afuera y cada vez que vienen de visita hay que cambiar la agenda para verse cinco minutos de tres a cuatro de la mañana. Estoy harta de que te pregunten las mismas pelotudeces de siempre –¿Así que se murió tu abuelita? ¿A no? ¿Entonces era tu perro?– y cuando les quiero decir “Che, acabo de darme cuenta de que yo, en realidad nací para cheff, ni médica, ni banquera, ni profesora de inglés: soy cheff de verdad, lo mío es la cocina, he encontrado la verdadera vocación” empiecen a hablar de lo mal que anda este país, que los políticos, que la corrupción, que afuera las cosas funcionan, que amíquécarajomeimporta, para qué se quejan, por qué no se habrán quedado donde estaban.
Así que de ahora en más, voy a hacer una reunión anual para que los siete u ocho traidores a la patria que huyeron a la mierda sin importarles tres pitos de lo que a MÍ me pasa cuando me entero que se van (cosa que es lógica, no tengo por qué ser una variable de decisión en la vida de los demás) y que cada vez que me hablan me dicen que cómo extraño, que qué difícil es sobrevivir en el exterior, que la vida en Bostwana se complica hasta en las trivialidades, que limpiar los inodoros de París suena a glamour pero nada que ver, que la soledad se hace más infinitamente intolerable cuando uno está sirviendo tragos en Tombuctú, que los combo de MacDonalds de North Carolina no son lo que los de Buenos Aires, que todo se magnifica con el océano o la cordillera o el lago Titi-Caca de por medio etc, etc., vengan a visitarme.
Sí. Voy a hacer una reunión anual para que viajen específicamente a verme a mí, reunión que coincidirá preferentemente con el día de mi cumpleaños. Sí señor, se me vienen todos desde donde estén y ahí nos reunimos y me dan todos los regalos que obligatoriamente tendrán que haber comprado para mí en el país donde hayan decidido exiliarse: máscaras de gas norteamericanas, chocolatines belgas, literatura escandinava, azafrán español, cotonetes bolivianos, papel higiénico francés y matracas brasileras por citar algunos ejemplos. Coordinamos horario y lugar y charlamos y lloran a piacere porque extrañan el mate, el asado y el dulce de leche y a mí me dejan de joder. Yo mi agenda, no la cambio más.
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